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Un aniversario cremoso

Algo tendrá una crema que lleva más de un siglo en el mercado y sigue alcanzando espectaculares cifras de ventas. ¿Quién no ha usado Nivea alguna vez o, por lo menos, quién no la conoce? Hace siete años el producto celebraba su centenario. Y ahora está conmemorando otro: el de su «padre», que murió en abril de 1918.

La historia de Oscar Troplowitz puede servir de lección a la cualquier empresario con aspiraciones. Era un farmacéutico hamburgués que compró el laboratorio médico de Carl Beiersdorf, pensando en saltar de las gasas y vendajes que en él se fabricaban a otro sector que a su juicio ofrecía mayores posibilidades. No se equivocaba. Contrató al químico Isaac Lifschütz, quien fue el primero en elaborar, a base de lanolina, una crema poseedora de propiedades hidratadas, que él consideraba algo así como un ungüento modernizado. Pero Oscar Troplowitz tenía otros planes. Desde el primer momento se propuso situarla en el campo de la cosmética, como elemento eficaz para el cuidado de la piel y la belleza. Acertó de lleno al bautizarla con un nombre de raiz latina, Nivea, fácil de repetir y recordar, y al envasarla en redondas cajitas metálicas de un intenso azul.

Su estrategia divulgadora, en aquellos comienzos del siglo XX, era avanzada y certera. Fue el primero en publicar anuncios en los autobuses urbanos, agregándolos a los insertados en diarios y revistas, siempre ejecutados por los más solventes dibujantes y publicistas, que interpretaron bien el objetivo de Troplowitz: el público femenino de clase media, dotando a la blaquísima crema de una potente aureola de seducción. Dos años después del lanzamiento el capítulo publicitario suponía ya un 18 % del gasto empresarial. Y al cumplirse un siglo, en 2011, se vendían 100 millones de cajitas azules en 200 países.

Oscar Troplowitz se distinguió, además, por mejorar las condiciones de sus trabajadores, introduciendo las vacaciones pegadas, creando una caja de pensiones y un fondo de apoyo para posibles accidentes laborales. No sabemos los proyectos que hubiera podido desarrollar más, de no haber fallecido tempranamente, a los 56 años. Pero sí creo saber que le habría gustado la iniciativa que hace años, al filo del primer centenario, se puso en marcha aquí en España, y de la que fue realizador el genial Antonio Mingote con la inconfundible maestríade sus dibujos. El buen humor es la mejor «crema» para suavizar todas las peripecias de la existencia.

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