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Esta misma semana, la Policía Local de València encontraba a Amparo en su casa de dos plantas del popular barrio del Cabanyal. Nadie la estaba buscando y es por eso -el hecho de que nadie la estuviera buscando ni la echara en falta durante cuatro años- que ahora la han encontrado momificada, en el mismo sitio y postura donde un día allá por el 2013 0 14 dio por finalizado -la autopsia dirá porqué- su tránsito por esta vida. Amparo tenía 78 años y vivía sola. Cuando la encontraron estaba en la cocina, a lo mejor porque iba a prepararse el desayuno antes de ir a comprar o quizás la cena mientras escuchaba de fondo el ruido que siempre hace esa compañera que nunca falla a quienes viven y hemos vivido solos: la televisión.

Sea como sea, Amparo se desplomó y se murió. Solo los muy afortunados (por decir algo) pueden llegar a transmitir a sus seres queridos algo instantes antes de fallecer. La mayoría de los seres humanos nos morimos como podemos. Y punto. Por eso, en el caso de Amparo tampoco llegaremos a conocer nunca qué pensó, si llegó a pensar algo, en ese instante final. Por ejemplo, si pensó que la cafetera estaba en el fuego y podía provocar un incendio al no poder apagarla; o que no había puesto comida al perro -si lo tuviera- y que si le pasaba algo a ella, él se moriría también. O simplemente que el teléfono está demasiado lejos y que no iba a llegar seguro, con lo que eso conlleva, una condena segura en la que no cabe esperar absolución alguna.

En estos cuatro años, el banco le ha continuado cobrando cada mes los 30 euros de alquiler de su vivienda, porque el Estado ha continuado pagándole su pensión regularmente a una Amparo muerta físicamente, pero viva y respirando todavía para la Administración. Nadie la dio de baja de nuestra sociedad, nadie avisó de que una mujer llamada Amparo y que había trabajado mucho tiempo en Argentina, había muerto. ¿Por qué no tenía amigos o familia? Solo ella lo sabía. Pero con la momificación de Amparo, nos momificamos todos un poco. Nos momificamos cuando nunca tenemos tiempo para saber como está el de al lado; cuando nunca tenemos tiempo para hablar con nuestros seres queridos, para preguntarles como están; cuando nunca tenemos tiempo para ir a verles, para tomar un café y ver si necesitan algo. Nos momificamos cuando no tenemos tiempo para ver lo que sucede de verdad a nuestro alrededor, más allá de la película trepidante en que hemos convertido nuestro día a día pensando que es la vida real.

Esta semana, la directora y realizadora Cosima Dannoritzer ha estrenado en Barcelona el documental ´Ladrones de tiempo´, una reflexión sobre a quién concedemos nuestro tiempo y a cambio de qué. Sostiene la cineasta en un artículo en La Vanguardia que el tiempo se ha convertido en nuestra moderna sociedad en el oro del siglo XXI, un recurso ansiado por los poderes para desapropiar a los ciudadanos de la soberanía sobre un bien intangible que es sinónimo de vida. Nos falta tiempo para muchas cosas y nos sobra para otras. Ahora montamos nuestros muebles y chequeamos nuestros billetes de avión,haciendo cosas por las que otras personas cobraban antese invirtiendo un tiempo que podríamos disfrutar con los nuestros y menguando el margen de ese pulmón que es la vida.

Todo esto se está convirtiendo en natural. Natural la falta de tiempo y esta pobreza que no es económica. Naturales también nuestras prisas y nuestra miopía. Natural que vivamos como vivimos, cuando no lo es. En breve se sabrá de qué murió Amparo y la autopsia dirá que fue por causas naturales.

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