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Un ruido incesante

En un país dividido por múltiples razones, el "antipepeísmo" cohesiona a buena parte de la sociedad española

Unas pocas emociones rigen la sentimentalidad política. La autosugestión colectiva, por ejemplo, que surge en los momentos de afirmación nacional, como hemos podido constatar durante estos últimos años en una parte de la sociedad catalana. O el deseo de cambio, un tipo de esperanza que a menudo nace del aburrimiento o del fluir incesante de las modas: de la socialdemocracia al neoliberalismo, del "Europa sí" al euroescepticismo, del pensamiento utópico a la distopía apocalíptica€ En el fondo, sin embargo, hay dos instintos básicos que priman sobre los demás: el odio y el miedo. En la mentalidad conservadora prima el temor a los cambios, lo cual es el envés del apego a lo conocido. Para el filósofo conservador Michael Oakeshott, la característica principal de la actitud conservadora consiste «en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica". De ahí que el miedo del conservador -una categoría sentimental que no se ciñe en exclusiva al hombre de derechas- sea que el cambio pueda provocar una serie de dinámicas incontrolables que terminen por destruir el mundo que conoce y ama, a pesar de sus imperfecciones. El odio, en cambio, constituye un instinto aún más poderoso -también más destructor-, que se liga al resentimiento, a la sospecha, a la envidia y, en ocasiones, claro está, al propio miedo. El odio actúa como un importante unificador de las sociedades, precisamente porque se erige sobre la demonización de un parte de la ciudadanía, ya sea por cuestiones ideológicas, morales, religiosas, culturales o de clase. En este sentido, se ha escrito que las guerras -con su lógica brutal- han sido las grandes vertebradoras de la conciencia nacional, por ello no podemos separar el mito de las dos Españas -con sus fuertes adherencias ideológicas- de la sucesión de guerras civiles que han asolado nuestro país en los dos últimos siglos. El odio crea un enemigo, al que debe culpar de todos los males, logrando así cohesionar las propias filas.

Este marco emocional puede servirnos como clave hermenéutica para entender el éxito de la moción de censura. En un país dividido por múltiples razones, el "antipepeísmo" representa una de las fuerzas principales de nuestra sentimentalidad política. El "antipepeísmo" une a la izquierda constitucional y a la extrema izquierda, al nacionalismo moderado y al independentismo. El PP como enemigo, más que como adversario; como heredero directo del franquismo, más que como uno de los partidos históricos -junto al PSOE- de la estabilidad española. Aparte de los motivos concretos que animaban a plantear una moción de censura -la aluminosis de la corrupción partidista y la voluntad de poder-, la ruptura del bloque constitucional que supone el pacto del PSOE con los partidos soberanistas nos indica no sólo el tacticismo oportunista que inspira las decisiones de Pedro Sánchez -cuya audacia resulta innegable-, sino que nos sugiere precisamente cuál es el sesgo emocional que agrupa con más consistencia a la España no conservadora. Al mismo tiempo, las reacciones destempladas de populares y Cs, acusando al PSOE de romper con el consenso democrático del 78, nos muestran que es el miedo a lo desconocido aquello que mejor moviliza la reacción de sus votantes.

Al final, se ha probado que sólo una gran coalición PP-PSOE-Cs nos podría haber proporcionado un gobierno con la consistencia necesaria para encarar las importantes reformas que el país necesita. No se quiso hacer, de modo que seguimos prisioneros de los intereses cortoplacistas y de los difíciles equilibrios de las cámaras. A medida que la desconfianza entre los partidos se acreciente, temer que la crispación vaya en aumento no es absurdo. Sin generosidad ni una mirada adulta, la tentación del miedo y del odio seguirá primando en la sociedad española. Pronto tendremos ocasión de comprobarlo. Al haber desestimado el adelanto electoral -que constituía la salida más lógica a la sentencia Gürtel, si se quería desalojar del poder a Mariano Rajoy-, la debilidad parlamentaria del PSOE le obligará a una política de gestos -éste es el inicio de una larga precampaña- que implicará tanto al gobierno como a la oposición. La España post-78 se asienta sobre un ruido incesante.

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