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Del fútbol y de la vida

El fútbol es más que un juego, mucho más que un deporte. Como todas las cosas cuya esencia es inexplicable, está hecho para sentirse

"El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es algo muchísimo más importante", me dijo una vez Manuel Alcántara mientras dejaba que su mirada se perdiera en la plateada transparencia de un "dry martini". Yo ya sabía que la frase era de Bill Shankly, que entrenó al Liverpool en los sesenta del siglo pasado, pero me gustaba más pronunciada por mi querido maestro, porque se acomoda bien a su forma de pronunciar y de mirarte con una cierta ironía.

A menudo he meditado sobre la trascendencia de un deporte espectáculo que entusiasma a millones de personas en el mundo, que mueve sentimientos, que nos hace sufrir y ser felices, pero que jamás nos deja indiferentes, porque incluso a quienes no les gusta el fútbol reniegan de él apasionadamente.

El fútbol es más que un juego, mucho más que un deporte. No es ningún descubrimiento, ninguna originalidad, decir que es una pasión. Como todas las cosas cuya esencia es inexplicable, está hecho para sentirse. Por eso nos atrapa desde pequeños, porque nutre lo esencial, el instinto de competir y el deseo de ganar. En la clase de mi sobrino hay cuatro niños que quieren ser Messi, cinco que quieren ser Cristiano Ronaldo y tres cuya máxima ilusión es ser iguales que Neymar. Hay también uno que quiere ser registrador de la propiedad. La proporción es de doce a uno para los futbolistas frente a los registradores de la propiedad. De momento, ninguno quiere ser poeta, menos mal.

Cuando yo era chico no tenía ni idea de lo que era un registrador de la propiedad. Yo quería ser Juanito. Admiraba su fuerza, su coraje en el campo y fuera de él. Incluso llegué a jugar con el 7 a la espalda en el equipo del colegio, pero acabé dándome cuenta de que era muy malo y que mi camino debía estar en otro sitio, que mi pierna zurda no daba para el prodigio de una volea capaz de detener el tiempo. Ya dijo Onetti que la única sabiduría posible es conformarse a tiempo, y yo lo hice.

Luego, el tiempo, que siempre anda ordenándolo todo, me llevó a un periódico que ya no existe pero que tengo en mi recuerdo constantemente, y alguien me encargó una serie de entrevistas de aquellas que los viejos manuales del oficio llamaban "de perfil humano". Uno de los primeros personajes que abordé en aquella doble página dominical fue mi admirado Juanito. Me citó en La Rosaleda, el campo del Málaga, y allí, en la grada, en la misma grada a la que mi padre me llevaba de la mano cuando era un niño, hablamos de fútbol y de la vida durante horas. Aprendí aquella mañana muchas cosas del fútbol y de la vida. Juanito también sabía que el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, sino algo muchísimo más importante, su metáfora.

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