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Soraya Sáenz de Épiro

Unos trescientos años antes de los inicios de la era cristiana, Pirro, rey de Épiro, acudió en ayuda de la ciudad griega de Tarento para combatir a los ambiciosos romanos. Pirro venció a los romanos en una serie de batallas, pero a un coste tan alto que quedó enormemente debilitado y tuvo que abandonar Italia sin conseguir doblegarlos: así, Pirro venció en las batallas, pero perdió la guerra.

Soraya Sáenz de Santamaría obtuvo una ajustada victoria en las elecciones primarias del PP (37 % de los votos frente a un 34 % de Pablo Casado y el 26 % de la gran derrotada, Dolores de Cospedal). Pero el margen es muy pequeño y las simpatías que suscita entre los votantes de otras candidaturas, escasas. El otro contendiente en segunda ronda, Casado (apoyado por muchos militantes, a pesar de sus problemas con el máster de la Universidad Rey Juan Carlos y otras exageraciones detectadas en su currículum), aspira a todo; y es normal que lo haga, porque es probable que obtenga el refrendo de suficientes compromisarios, si logra sumar los que apoyen a Cospedal. Archienemiga atávica de Santamaría, Cospedal ha fracasado en primera vuelta, pero aún puede hacer que su némesis fracase en segunda.

El sueño de muchos dirigentes del PP posiblemente sea una candidatura de unidad, liderada por Sáenz de Santamaría. La exvicepresidenta cuenta con experiencia en gestión y ha sabido preservar, hasta cierto punto, su imagen pública, a pesar de fracasos como su gestión de la crisis catalana. Pablo Casado podría ser un buen número dos para el partido: joven y con buena imagen entre los suyos, con mucho tiempo por delante, y que ya habría dado un paso de gigante en su carrera política con este proceso de primarias.

Pero las diferencias entre ambos son demasiado pequeñas y la situación está muy enconada como para que Santamaría logre imponer esa fórmula. Sobre todo, porque es vista por muchos en el PP como una advenediza recién llegada, fichada directamente por Mariano Rajoy, y sólo después incorporada formalmente al PP (de cuyos problemas, en apariencia, siempre se ha desentendido). Si venciese, difícilmente lograría mantener la unidad del partido, dados los enemigos que se ha buscado en él, que son muchos y de diversa índole.

Sin embargo, Santamaría cuenta con un incómodo plus para su partido, si no es investida presidenta del PP: es la candidata más votada. Y el PP lleva años insistiendo, de forma machacona, en que «debe gobernar el más votado». Porque es habitual, en elecciones municipales, autonómicas y generales, y sobre todo lo es en los últimos tiempos, con la aparición de los partidos emergentes, que el PP no logre gobernar, a pesar de ser la lista con mayor número de votos: no gobierna ni en España, ni en la Comunitat Valenciana, ni en València, aunque ganara las elecciones en estos tres procesos electorales.

Pero ganar, en un régimen parlamentario y en un sistema proporcional, puede ser un espejismo si se gana con mayoría relativa. Si no se consigue forjar una mayoría más amplia que la alternativa que presenten las demás opciones, es también una victoria pírrica. El PP lleva años confundiendo deliberadamente un régimen parlamentario con uno presidencialista, y un sistema electoral proporcional con uno mayoritario. Es una confusión con la que hoy van a toparse muchos: ¿aceptará la sociedad española que en el PP no se respete a la candidata más votada, sustituida por un oscuro pacto en un despacho del segundo y la tercera? Probablemente, sí; pero a ver con qué cara vuelve a quejarse el PP de que no gobierne la candidatura más votada, si finalmente es Pablo Casado el elegido. Quizás puedan consolarse pensando que, visto lo visto, es poco probable que vuelvan a ser los más votados en muchas de las plazas en donde hasta ahora solían serlo.

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