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Cataluña y Euskadi, voten de una vez

S i se pregunta a quien puede saber sobre la estrategia del gobierno de Pedro Sánchez para gestionar la dura situación que supone que la mitad de las personas actualmente censadas en Cataluña tengan, con toda legitimidad, la decisión tomada de votar independencia en cualquiera de las ocasiones (municipales, autonómica, generales) que se las llame a las urnas, las respuestas son: rebajar la tensión, prometer más inversiones y mantener el actual modelo de financiación autonómica, incluido el cupo vasco negociado por Rajoy. El jueves supimos que la relación entre Gobierno y Generalitat no incluirá la asistencia del ejecutivo catalán a las reuniones multilaterales entre autonomías como el Consejo de Política Fiscal y Financiera que agrupa a los consejeros de Economía o la Conferencia de Presidentes.

Esta semana las ministras involucradas mostraron la más empáticas de sus sonrisas y dijeron que no importaba, que la relación entre la Generalitat y Estado fuera bilateral.

Sin abusar de las comparaciones, el «brexit» es ya una cuestión interna de los ciudadanos del Reino Unido y mucho menos europeo donde la Comisión se dedica a vigilar que los costes de la catástrofe para el resto de estados sean los menores posibles. Quizás, por muy duro que sea plantearlo, puede haber llegado el momento de que el Gobierno español (los tanques en la Plaza Cataluña, son de otra época) reconozca que el problema catalán y vasco le supera con su escaso arsenal de invertir más en aquella tierra que en el resto de territorios.

Hoy sabemos que los políticos ingleses pro-brexit mintieron y lo hicieron con la contundencia con la que sólo un ignorante es capaz, cuando ejerce de político. Ninguna previsión seria se hizo por parte del gobierno de Cameron y de los brexiters; solo la pereza mental propia del populista en un mundo interconectado. Y eso que era UK, nada más y nada menos.

Posiblemente sea el momento de preguntar a los constitucionalistas solventes, si existe algún resquicio (incluida una reforma exprés de la Constitución) que permita un referéndum para Cataluña (que seguramente Baleares también pedirá) y para Euskadi (cuya continuidad a Navarra es inevitable) y proceder en consecuencia para saber que tierra pisamos. Ni la independencia catalano/balear, ni la vasco/navarra son platos de gusto para la mayoría de españolas, ni tampoco van a ser juegos de suma cero, perderemos todos, pero el miedo constante a estas desgracias no puede seguir siendo un mantra que nos inmovilice y amargue la vida a todos. En esta valoración hay que incluir a todos los partidos que se definen demócratas y constitucionalistas. Naturalmente la posible reforma de nuestra carta magna deberá recoger lo que catalanes/baleáricos y vascos/navarro hayan dicho.

Aquellos que tienen bastantes números de terminar sus días en lo que llamaremos «resto de España» necesitan que alguien cuantifique, al menos simule con algún detalle, las consecuencias económicas que las posibles decisiones de independencia puedan conllevar. Desgraciadamente los otros daños: las rupturas sentimentales, personales, familiares y de convivencia están ya instalados en la vida diaria. Incluso los «derechos» vascos se defendieron a golpe de pistola bendecida por obispos recientemente finados.

La petición sobre los costes de la operación es básica. Después de años de intentar seguir las cifras y argumentos de la financiación autonómica, un problema bastante más fácil que la salida de España de un territorio con cinco siglos de historia en común, creo estar en condiciones de afirmar que nadie en Barcelona, Vitoria o Madrid tiene la más repajolera idea de lo que cada una de las operaciones de independencia puede suponer. Es un ejercicio urgente si hablamos de decisiones democráticas. Vuelvo al Brexit, los británicos primero votaron y luego hicieron números. Menos mal que en Bruselas, más desapasionados dentro del desastre que se avecina, están preparados para decir adiós en marzo a UK con las menores pérdidas posibles para la UE. No se trata de impedir que el que quiera se marche, sólo auto protegerse y saber lo que ello significa. Se trata de negociar con el Euro como unidad y no solo con intangibles derechos históricos.

No hay convivencia estable en un estado en el que los ciudadanos de unas comunidades forales tienen servicios mucho mejores que el resto y donde Cataluña vende sus votos con la doble condición de la autodeterminación y de 7.700 millones adicionales para 2019. Vayamos a un referéndum cuanto antes, ya que la situación tiene toda la pinta de superar al Gobierno.

Sin acritud alguna, señalar que no deben considerar al resto de los españoles como simple atrezo. Decir que «hemos puesto las luces cortas de los próximos dos meses», como hace el vicepresidente catalán, pero a la vez «se ha puesto sobre la mesa la cuestión de la autodeterminación, algo que a su juicio no pasaba en la época del ´peix al cove´ y que ahora la solución política no se resolverá con un nuevo modelo de financiación sino con el reconocimiento de la autodeterminación».

Pedro Sánchez y sus consejeros no pueden seguir trabajando sobre los 45 + 1 puntos que Puigdemont presentó a Rajoy en abril de 2016 (ciertamente parecía un mercadeo ya que decidió doblar la apuesta de Artur Mas que era de 23 propuestas). Rajoy se equivocó gravemente al decir que estos 45 (no el + 1) eran los asuntos que «realmente interesan a los ciudadanos». Sin embargo, ahora, para muchos españoles, el +1, es prioritario a los 45. Hay una pregunta que se renueva constantemente: ¿De verdad debe seguir el FLA como hasta ahora? La única respuesta es suspenderlo y esperar al referéndum.

En los llamados problemas «vasco» y «catalán» quizás sea el momento de romper pajitas lo más civilizadamente que sepamos. No hay duda que con su marcha España perderá población y riqueza. Vendrán años difíciles en los que es posible que incluso otras regiones decidan marcharse en una especie de balcanización de un estado que posiblemente no fuera todo lo sólido que pensábamos. Ojalá Euskadi y Cataluña decidan quedarse en una situación de compromiso aceptable para todos, pero es inaguantable vivir con «y si no, nos vamos».

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