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El moderno Prometeo

Frankenstein es un libro rotundo en su ternura, excepcional en su normalidad monstruosa. Un libro que te dice lo fácil que es crear un individuo -en los matraces de los brujos antiguos o modernos o siguiendo las amenas maniobras tradicionales-, el poco mérito, digo, de concebir y gestar, y la ardua tarea de convertir a la criatura en una persona. En torno a esa paradoja crecieron las teorías pedagógicas, la piscología conductista y los centros concertados. Con tales pensamientos, salí de ver la película Mary Shelley, el biopic de Haifaa Al Mansour dedicado a la escritora que creó al monstruo y que pasó por el purgatorio de ser él.

Bueno, el cine sobre literatos tiene sus problemas, ya que los escritores suelen ofrecer, como personajes, un catálogo muy poco vistoso de angustias rutinarias y de rutinas angustiosas y a ver como fabricas una historia con semejantes materiales. Los escritores, a escribir. Y los buscadores de oro y los butroneros, a la pantalla. Al Mansour lo intenta, pero sigue siendo mucho mejor Frankenstein de James Whale, la genuina pesadilla visionaria que traduce la novela al cine, soberanamente. Mary Shelley entretiene y su feminismo me parece oportuno y comedido.

Mary Shelley se abrió, como la flor deletérea de la datura, en una encrucijada de ideas revolucionarias y otros revuelos de la esperanza. Las ideas son motores, vehículos que sin una persona al volante, suelen servir para atropellar niños y viejos. Mary Shelley, que fue mucho más inteligente que su entorno, vio la cartelera llena de espectáculos de magia científica: cada temporada alumbraba otra leva de majaderos que, entonces y ahora, vienen a prometerte la vida eterna. La noche que leí Frankenstein había ido por la mañana a sacarme sangre. No tenía un duro y quería ir a Asturias. Leí hasta el amanecer y al voltear la última página, un raudal de lágrimas rodó por mi cara. Recorrían el camino inverso hacia el manantial de la compasión. En un día y dos tacadas había conocido al vampiro (no precisamente el del pobre Polidori) y al moderno Prometeo, que venía a suplantar a los dioses.

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