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Sanidad: El eterno retorno de lo mismo

Se dice no poder contar con médicos para sustituir las vacaciones de los facultativos. La Atención Primaria dejada a su suerte. Los ambulatorios cierran a las tres de la tarde y si a usted le pasa algo serio, ya digo, a urgencias. Menor número de quirófanos funcionando. Y todo ello, se dirá, no es nada nuevo.

Pienso lo mismo que hace cuatro años - escribe Camilo José Cela al comienzo del prólogo de 1958 para la edición argentina de La Colmena- . También siento y preconizo lo mismo. En el mundo han sucedido extrañas cosas- tampoco demasiado extrañas- ,pero el hombre acorrolado, el niño viviendo como un conejo, la mujer a quien se le presenta su pobre y amargo pan de cada día colgado del sexo- siniestra cucuña- del tendero ordenancista y cauto, la muchachita en desamor, el viejo sin esperanza, el enfermo crónico, el suplicante y ridículo enfermo crónico, ahí están. Nadie los ha movido. Nadie los ha barrido. Casi nadie ha mirado para ellos». Párrafo espléndido por su dureza y acierto literario y social.

Quiero hablar de nuestra Sanidad, y sí he elegido, la frase de Friederich Nietzsche «El eterno retorno de lo mismo» de su Así habló Zaratustra con toda intención. Cela y Nietzsche me sirven hoy como introductores de materia y, ay, me temo que de conclusión.

Verano, como todos los veranos, calor, 3000 camas menos en nuestros hospitales, enormidad de las listas de espera ( todo el mundo sabemos que en agosto tan sólo podemos ir a urgencias si es necesario y permanecer en esa muda eternidad angustiosa y agobiante de las seis a ocho horas de espera para ser atentidos) , reducción del personal médico. Se dice no poder contar con médicos para sustituir debidamente las vacaciones de nuestros facultativos. La Atención Primaria dejada a su suerte. Los ambulatorios cierran a las tres de la tarde y si a usted le pasa algo serio, ya digo, a urgencias. Menor número de quirófanos funcionando. Y todo ello , se dirá, no es nada nuevo, es cierto lleva pasando desde que yo tenía uso de razón ( a mi generación el uso de razón nos llegaba a los siete años, ahora no se sabe si llega o las nuevas técnicas pedagógicas no hablan de razón ni de su uso ) y así seguimos en un piélago inmutable del tiempo, de la historia y de las Administraciones Públicas.

Si al menos alguien tuviera propósito de enmienda ( mi generación lo adquiría en la catequesis anterior a la primera comunión ) y lo aplicara todo sería algo más llevadero, un poco más humano y menos atávico e irresosuble.

Los que por padecer una, o varias, enfermedades crónicas no vamos de vacaciones, o si vamos son algunos días más tranquilos de septiembre, asistimos impertérritos al deterioro estival de nuestra Sanidad que se supera año tras año.

No hay patólogos en los quirófanos. Las mamografías de la antigua fe no se realizan por falta de radiólogos que las informen. Los enfermos deambulan por los centros hospitalarios colapsados por consultas, pasillos y despachos, hospitales de día y hospitales de noche, esperando horas y horas a ser atendidos sin que a nadie esto le perturbe ni su descanso, ni su poltrana, ni su puesto público como consellera o conseller del ramo. Antes al contrario, y continuando con una inveterada costumbre española, gentes como Montón, una sectaria cuya gestión ha empobrecido nuestro sistema sanitario y ha llevado a Puig a tener que decirle a la nueva consellera que recupere el diálogo y necesarios convenios con la privada, ha sido premiada en la tómbola de las vanidades y la falta de escrúpulos políticos con el título de Ministra de Sanidad. Loado sea el Altísimo.

Revientan las playas de bañistas. Los montes de senderistas. Las ciudades de gentes que en ellas quedamos. Seres extraños y extrañados, ya digo, enfermos crónicos, de esos de los que la gente se harta y de los que la soledad va pergeñando un rictus de adiós anticipado. Y todo da lo mismo. Nadie mira si puedes ir a hacerte una prueba a una hora en que te sea posible. Todo está colapsado. Todo es intocable. Nada puede hacerse. Y si se hace, aún con horas y horas de espera, uno da las gracias preso del síndrome de Estocolmo; necesitas lo que te han puesto en ese momento en el Hospital del Día, y sales como puedes y a la hora que puedes, y ya digo das las gracias- porque naturalmente su personal ha sido amable y eficaz contigo como todos los días del Hospital del Día- pensando que tienes que volver y que será agosto y que será peor y que sí, como escribía Cela en su Colmena, la ciudad es esa cucaña, esa ciénaga de ineficacia, altanería política, mala administración de los asuntos públicos y escasa atención a enfermos, dependientes, viejos, y gentes con problemas.

No, yo no estoy escribiendo un «j' acusse» . En absoluto. Me limito a constatar lo inmutable de nuestros errores históricos . Siendo el principal de ellos el mal gobierno. En Luces de Bohemia un personaje inquiere al poeta Max Estrella sobre que el Ministro de la Gobernación es un sinvergüenza. Y Don Ramón del Valle-Inclán sentencia magistralmente escribiendo: «Como se ve que no conoce usted la historia de España».

Y sí, si la conocemos, pero resulta indomeñable, repetitiva, altanera, eterna y sin viso alguno de remedio pronto o enmienda salvífica.

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