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Alfons García03

Bofetadas de lucidez

Las bofetadas de lucidez llegan en ocasiones a través de la televisión y el fotoperiodismo. La palabra escrita o hablada no suele tener efectos tan rápidos. La palabra no te da una bofetada, te da una paliza larga y demoledora o te deja indiferente. Requiere reflexión. Se rumía más que se digiere.

Hay días que la vida se te hace bola. Como salir de un tanatorio y encontrarse un día perfecto de primavera, con la luz blanca y brillante de mayo obligándote a vivir, un cielo azul limpio y una brisa que te recuerda que el mar te está esperando. La vida llamando a tu puerta con todo su esplendor cuando acabas de hacer una visita de cortesía a la muerte. Perdone, señora, que no le deje mi tarjeta aún. En estos momentos se resume eso que algunos, con retórica oxidada, llaman el misterio de la vida y que ha dado tanto rédito a las religiones.

Estas bofetadas de lucidez llegan en ocasiones a través de la televisión y el fotoperiodismo. La palabra escrita o hablada no suele tener efectos tan rápidos. La palabra no te da una bofetada, te da una paliza larga y demoledora o te deja indiferente. Requiere reflexión. Se rumía más que se digiere. Pasó con la fotografía del niño Aylan en una playa de Turquía y ahora con las imágenes de la mujer africana y un pequeño flotando a su lado en una balsa destrozada. Nos hemos convertido los occidentales en cancerberos egoístas de un paraíso que no estamos dispuestos a compartir (vaya paraíso, dirán los repartidores de comida por cuatro euros la entrega o los camareros de 800 euros al mes por quince horas de trabajo diario seis días a la semana). Digo «nos hemos» porque somos al final los ciudadanos de la calle quienes propiciamos el éxito electoral de todos aquellos que por media Europa y EE UU predican el cierre de fronteras. No es un discurso escondido, es el primer reclamo electoral de muchos.

Confieso que no me gusta tampoco la agresividad verbal de los de Proactiva Open Arms. Ir al choque con quien has de sentarte a negociar y apresurarte a señalar culpables (los guardacostas libios) antes de escuchar su versión, me parece que da alas a los que ven intereses políticos o económicos ocultos en su actuación. Pero sin gente como Óscar Camps no estaría ahora escribiendo de esa mujer flotando boca abajo en el mar con un cuerpo de un niño desnudo a su lado. Sin acciones así no se me haría bola el pan durante el telediario.

Lo despreciable del caso es que el problema que tanto éxito de público y crítica ha dado al radical Matteo Salvini (hay políticos que hacen abominar de la política) no lo es. Las cifras dicen que no lo es. En lo que va de año, el peligroso puente marino entre Libia e Italia ha sido transitado por menos de 18.000 personas. El año pasado, por estas fechas, lo habían cruzado 93.000. Y en 2017 ya hubo un descenso del 35 % con respecto a 2016. Y aquí estamos, haciéndole la campaña al bruto señor.

Otro populista que hace tiempo que se hace bola es Daniel Ortega. Un iluminado más. Visité Nicaragua hace más de veinte años, en la precampaña de las elecciones que dieron el poder a Arnoldo Alemán, otro de los amigos extraños de Eduardo Zaplana, pero esa es otra historia. Era, por tanto, pocos años después del primer gobierno sandinista. Un caballo muerto en la carretera al poco de cruzar la frontera fue el símbolo del beso de sapo en la boca que iba a ser aquella experiencia. Un indigente nos abroncó por dar un trozo de pollo a un perro callejero; sus hijos necesitaban más ese desecho de carne. Maravillaba el esfuerzo de cooperantes que en el extrarradio de Managua convivían sonrientes con la miseria. Yo, en cambio, no soporté más de una noche la experiencia de dormir entre cucarachas voladoras sonando alrededor. Miseria y utopía. Algo nos descuadró en el cuartel central de los sandinistas: un búnker de nueva construcción alejado de las ruidosas calles del centro, con cuidado césped alrededor en el que entraban los coches grandes, limpios y potentes de los que supuestamente tenían que liberar y democratizar el país. Nos fuimos callados, con una bofetada de lucidez y una lección de escepticismo que perdura. Porque no será la mejor forma de vivir, pero el escepticismo sí ha dado la mejor literatura. Algo así le leí al sabio Vázquez Montalbán sobre el infeliz Unamuno.

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