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Los políticos no se van de vacaciones

Aunque ya estemos llegando al cénit del verano y hayamos activado el chip de las vacaciones inminentes, el final del mes de julio suele ser un agotador carrusel de compromisos y trabajos pendientes que hay que resolver antes de bajar la persiana. Casi todo el mundo ansía el descanso, menos los políticos, quienes a pesar de la mala fama que acarrean suelen vivir con mucha ansiedad el periodo de asueto parlamentario, salvo excepciones.

Este veraneo que se aproxima es, además, el último antes de las próximas elecciones autonómicas y municipales, lo que viene a significar que en cuanto comience oficialmente el curso venidero todas las fuerzas políticas, las que son y las que aspiran, entrarán en estado de ebullición hasta la próxima cita con las urnas en la primavera de 2019. Por eso muy pocos esperarán a la llegada de las lluvias, si es que llegan, y van a pasar una canícula repleta de tensiones conspirativas.

Que se lo digan a los militantes del Partido Popular que están sumergidos en pleno congreso bautismal de democracia interna y futuro incierto. Han elegido líder y ejecutiva, pero lo que ocurra a partir de ahora en el seno del partido que mayor poder político ha administrado en la última década es una de las grandes incógnitas de nuestro mapa político. En València, sin ir más lejos, el PP posritista desconoce todavía quién será el candidato a la alcaldía, un objetivo que, en sueños, todavía consideran alcanzable.

Dado que los populares valencianos se han manifestado tan divididos como el partido en su conjunto español, algo típico de nuestra comunidad política como bien suele expresar el atinado empresario Federico Félix, el resultado de su congreso va a producir muchos sobresaltos -y cientos de tuits- este verano. Fiestas chaleteras, cenitas de sobaquillo, encuentros en paradores y hasta ligeros cruceros domésticos serán más que frecuentes y neuróticos entre los populares más influyentes.

Pero no andarán a la zaga sus rivales de la otra orilla ideológica, vistos los movimientos telúricos que se producen en el seno de los pactos tripartitos que gobiernan en la mayoría de administraciones valencianas. Como es bien sabido, la coalición que manda en la Generalitat es un matrimonio en crisis que solamente se sostiene por el cercano final de la legislatura y la incertidumbre en la que viven todas las partes respecto del reparto futuro de la herencia electoral. En pocas palabras, los socialistas hace tiempo que van a la suya, y no digamos la vicepresidenta Mónica Oltra, a quien se le ha atragantado la gestión pública pero quien sigue armando un gran frente de izquierdas para obtener su principal objetivo de caza mayor: la presidencia del Consell.

Oltra ha de llegar al otoño habiendo acallado las voces críticas del Bloc, reconviniendo sus pactos con el Podemos de Pablo Iglesias, incluso con la Izquierda Unida de Alberto Garzón y cuantos grupos y grupúsculos verdes, morados y rojos lenin quieran sumarse al compromiso por la izquierda. A Oltra le bastará, ya saben, con obtener un voto más que las listas socialistas a las Corts para cumplir su deseo. Y de no ser así hay quien opina, además, que la peleona vicepresidenta no querrá volver a repetir su alianza política como segunda del presidente Ximo Puig. Así que ya ven el veranito que espera a Compromís.

Algo parecido le puede ocurrir a Puig, quien no está dispuesto a ser el segundo de Oltra. Si la coalición de nacionalistas e izquierdistas vence al PSPV, Puig plegará velas y se volverá a su casa morellana. Al menos eso declara a sus íntimos. Lo que ocurre es que él tiene más tensiones políticas que las abiertamente señaladas por su socia Oltra: vive bajo la bota de un superior con el que no comulga, Pedro Sánchez, y con un rival interno que ha agrandado su figura, y sus sombras, muy por encima de lo esperado, digo del ministro José Luis Ábalos.

Tan es así que muchos observadores consideran que los socialistas valencianos están padeciendo fuego amigo interno. Así explican las investigaciones judiciales que han arruinado la carrera política del expresidente de la Diputación de Valencia, Jorge Rodríguez, y de sus colaboradores más cercanos, como incluso las filtraciones sobre las subvenciones percibidas por la ONG Fiadelso fundada por el citado Ábalos. Nadie vive encima de suelo firme en un país que ya no está dispuesto a tolerar ni la deuda de un café a sus políticos.

Tampoco Ciudadanos será ajeno a las tribulaciones veraniegas. El frenazo que ha representado la inmovilidad política de Inés Arrimadas en Cataluña o la falta de reflejos en la moción victoriosa de Sánchez ha devuelto al partido de Albert Rivera a un estado de máxima incertidumbre. De Ciudadanos sabemos que su candidato a alcalde de València, Fernando Giner, ha empezado a moverse mucho, pero en cambio se desconoce todo del proyecto de Toni Cantó, a quien no ha tenido el detalle de contratar su Aquiles la conselleria de Vicent Marzà para el Sagunt a Escena.

Téngase en cuenta que tanto Giner como Cantó pudiera ser que terminasen teniendo la llave de la gobernabilidad de la Generalitat y de al menos una docena de grandes ciudades valencianas -no así de las pequeñas localidades- y que el mayor beneficiario de esa futura gobernanza no sería otro que el mismísimo PSPV. Una posibilidad que, sintomáticamente, apuntó hace unos días Fran Ferri, el líder del sector oltrista del Bloc, poniéndose la venda antes de producirse la herida y amenazando al PSPV ante el hipotético acuerdo futuro con las fuerzas de Rivera. ¡Vaya con el verano!

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