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No eres un viejo, eres mi amor

Esta es una historia verídica, tétrica y tremebunda, pero no desdichada, pues tiene un final feliz. Me la contó Julita Olivar, la protagonista que la padeció y que me habló con brío y hondo pesar acerca de que lo peor que les puede suceder a una niña y a una adolescente es que su propia madre se convierta en su rival, en su enemiga, y eso era exactamente lo que le ocurrió cuando su padre desapareció de su vida para casarse con Loreto, una chica a la que él le llevaba un montón años, pues tenía ocho años más que ella, su hija. Y así fue que, justo antes de marcharse, él la besó de forma apresurada, susurrándole en un torpe balbuceo la petición de que no olvidara nunca que la quería, y a continuación, nada más que oyó la puerta abriéndose y cerrándose, Juli supo que él no había salido solamente de casa, sino también de su vida, mientras su madre, de modo muy frío y mirando a lo lejos como si ella fuera transparente, le decía: Cuanto primero te diga las cosas que debes saber será mejor para ambas. Escucha: Tu padre -no me mires con cara de zombi a punto de resucitar- te va a pasar una pensión alimenticia y para financiarte los otros gastos, del todo insuficiente y ridícula. Con ella no se alimentaría ni a un gorrión y te obligará a cuidar la ropa que tienes en el armario, pues debe durarte y perdurarte porque, a partir de este momento, ya no podrás andar comprando lo que te apetezca y lo mismo te digo del calzado: se te acabó lo de sandalias, zapatos y botines de marca y última moda y tendrás que acostumbrarte a meter los pies en los que venden los chinos o esperar a las rebajas para adquirirlos.

Y tienes también derecho a saber que el muy canalla, sí, canalla, aunque te resulte duro oírlo, alegó, para proporcionarte un medio de vida tan recortado y tacaño, que no pasarías necesidades, dado que yo tenía un buen sueldo, lo que es mentira, porque da para vivir con estrecheces y miramientos, por lo que te advierto que la vida en esta casa no va a ser como antes. Siento que te quedaras al lado de la pobre y no te hayas ido con el rico, pero así lo decidió esgrimiendo con toda hipocresía que los hijos deben crecer y pasar la adolescencia al lado de la madre y patatín, patatán y patata podrida. Por eso, te informo con dolor de corazón que sería bueno que ganaras algún dinerito. Creo que lo mejor es que busques un trabajo que puedas compaginar con el horario de las clases. Podrías cuidar a un niño, pasear a un anciano o servir, acaso, los fines de semana, copas en el bar de mi amiga Maru, que necesita una chica de confianza, algo que no repercuta negativamente en tu excelente expediente académico. Pero no me mires como si fuera la peor de las madrastras malas de los cuentos. Y era verdad que la miraba empavorecida, porque aquella mujer ácida, gélida, que parecía disfrutar malévolamente tirándole a la cara todas aquellas palabras que le herían el corazón como navajazos, y que daba la impresión de que experimentaba un gozo satánico ante su susto y miedo, era una extraña, una aparición aterradora que había llegado del mismo infierno para atormentarla. -No es preciso -prosiguió la figura fantasmal, en tono algo menos punzante- que empieces a trabajar mañana pero sí que te muevas pronto para encontrar algo que te proporcione dinerillo para tus gastos.

Te ayudaré en esa búsqueda. Hablando hoy con Olga, la del cuarto izquierda, me comentó que Olguichi, su hija, necesitaba a alguien que le cuidara tres tardes semanales a sus gemelos de dos años. Se quedó callada, sin poder evitar, pese a sus desesperados esfuerzos, que los ojos se le llenaran de lágrimas. Acababa de perder a su padre y su madre le hacía pagar injustamente que él se hubiera comportado de modo cruel y desconsiderado con ambas. Y la dejó sola, en aquella terrible desolación, sin una muestra de cariño ni consuelo. Entonces sus lágrimas se convirtieron en llanto y lloró y lloró con el espanto de los niños que descubren que su madre no los quiere y es la bruja mala de las historias de terror. Pero, de pronto, no pudo soportar aquel sufrimiento y el dolor y la rabia la desbordaron, diciéndose que debía ser fuerte y defenderse. Así que comenzó a gritarle: Yo no tengo la culpa de todo lo que te hizo ni de vuestras equivocaciones. No soy responsable de vuestro fracaso. No decidí nacer ni entrar en vuestras vidas. Tú y él me metisteis en ellas, sin preguntarme, sin pedirme permiso.

-Julia, ya sabes que no me gustan los dramas caseros, así que deja de hacer de todo esto un culebrón de ínfima clase -le replicó en tono airado- y vuelve a la realidad dura y cruda que, para ti, no es otra que encontrar el medio de ganar dinero para comprar libros, material escolar, las recargas del móvil y salir con tus amigas. Puedo darte comida y techo, no financiarte gastos extras. Mi sueldo era bueno, pero ya no lo es, pues me lo han recortado. No pongas ojos de besugo moribundo. No eres una bebé. A tus dieciséis años puedes pagar con tu sudor tus caprichitos y antojos. Comprendo que esto te haya caído peor que un escupitajo en un ojo porque tuviste un padre irresponsable e inmaduro, que conmigo se comportó como una mala persona. Se hizo un silencio, inquietante para Juli que tuvo la corazonada de que aún faltaba lo peor.

Y no se equivocaba. Debo decirte otra cosa -prosiguió su madre- pues aunque me consideres una demonia, me veo en la obligación de aconsejarte que acabes tu relación con Bruno, antes de que te deje rompiéndote el corazón. Es un pijillo de familia de máxima pijotería, como la de los viejos pobres enriquecidos; y tú estás en la peor de todas las clases del sistema: la de la nueva pobreza. Nada más que vea que tu ropa no es de mega marca ni llevas la vida de antes, se alejará de ti, por lo que, si no eres una perfecta idiota, debes decirle adiós de inmediato. Juli echó a correr. Se tiró encima de la cama. Se sentía la mayor de las mierdas, machacada por su propia madre salvajemente, para hacerle daño, a no ser que supiera algo de Bruno que ella ignorara o que estuviera tan desesperada que se consolaba lastimándola a ella. No podía concebir que en un tiempo pasado se sentía dichosa por tener una mamita tan guapa, buena, cariñosa, que olía a flores y le cantaba y le contaba cuentos, en aquellos días felices, cuando papá también era bueno y se querían mucho y se besaban sin parar y se daban abrazos y se hablaban con mucho cariño. Y todo era cálido, luminoso. Pero todo se hizo feo y oscuro y su madre y su padre se volvieron malos y se insultaban, gritaban y la usaban como arma para hacerse daño mutuamente. Bruno le mandó un mensaje: "Mañana muy temprano me voy a Londres con mi tío, el lord millonario y tardaré en regresar o quizá no vuelva nunca". No tuvo lágrimas para llorar. Al día siguiente encontró en la calle a la pareja de su padre. Su madre le había asegurado que a él no le iban bien las cosas y lo mismo le dijo Loreto, que abrió su bolso de Carolina Herrera auténtico, no de mantero, y le dio un billete de veinte euros y siguió rebuscando en la cartera para sacar uno de diez que le cambió con agilidad de gata por el que acababa de entregarle. "Y no te daré nunca ni un céntimo más", le advirtió. Julia le dio las gracias con una sonrisa burlona. Aquella noche escribió en el cuaderno de gramática: "Me voy para siempre". Su madre no hizo caso de aquellas palabras ni le importó que apareciera su ropa en un contenedor de basura de la calle de su casa. Mientras, Juli vivía con su amor, un septuagenario que la encontró dormida en un banco de un parque y la llevó consigo y ella no quería que la tratara como nieta ni como hija, y le decía contundente y con mucha emoción: No eres un viejo, eres mi amor, mi buen amor, que no sabe nada de nada de cronología. Él entonces la llamaba amorcillo y angelita amorosa, aunque no tuviera alas, y la acunaba dulcemente en sus brazos, con mucho cariño e infinita ternura, y Julia pensaba que aquello era el cielo, el paraíso, el edén, la gloria verdadera. Después dejó de comunicarse conmigo, pero supe que Sidonio, su enamorado, se había muerto y que ella se había marchado con una sobrina de él a vivir en Citera, la isla griega de Afrodita, diosa del Amor.

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