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¡Cuidado con el salmón!

Hubo una época en la que el salmón era una "delikatesse", un manjar que parecía estar sólo en la mesa de los ricos. Hoy es, sin embargo, en muchas partes un producto de consumo popular.

En Alemania, por ejemplo, es con diferencia y gracias no sólo a su sabor, a sus cualidades nutritivas, sino también a su precio, el más popular de los pescados, muy por delante del arenque o el atún.

Esa asequibilidad del salmón se debe sobre todo a las modernas técnicas de piscicultura, a esas granjas de salmones que hay en países como Noruega o Chile y que contribuyen a su riqueza.

Así, por ejemplo, gracias a sus cultivos masivos de salmón, así como a su flota de barcos, el noruego John Frekridsen, un hombre de origen humilde, es hoy uno de los empresarios más ricos del mundo.

El salmón está hoy prácticamente en cualquier mesa del mundo rico. Pero en su indudable éxito radica al mismo tiempo un peligro sobre el que han llamado una y otra vez la atención las organizaciones de consumidores y los medios de comunicación.

Así, por ejemplo, el semanario alemán Die Zeit le dedica esta semana un extenso y bien documentado reportaje que explica cómo el salmón, una especie que en estado salvaje se alimentaba prácticamente de peces más pequeños, se ha convertido en parcialmente vegetariano.

Toneladas de soja de los monocultivos brasileños, en los que se utilizan pesticidas para acelerar su crecimiento y aumentar el número anual de cosechas, alimentan, junto a la harina y el aceite de pescado, los peces cautivos en las granjas marinas.

Pese a que las autoridades brasileñas aseguran que el cultivo de esa soja se lleva a cabo con total respeto del medio ambiente, los autores del reportaje critican no sólo el empleo masivo de pesticidas, sino también el de material transgénico.

Según Die Zeit, ocurre además que la combinación de esa soja con harina y aceite de pescado es un material que puede resultar explosivo durante el transporte por barco desde Brasil hasta Europa.

Y para evitar la posibilidad de que el buque salte en algún momento por los aires se emplea un producto químico llamado etoxiquina, que conjura precisamente ese peligro, pero del que se sospecha que puede tener efectos cancerígenos.

De hecho, desde el año pasado, la UE ha prohibido el uso de ese pesticida, que ya estaba prohibido en la agricultura, también en la alimentación del ganado, lo cual sorprendentemente no ocurre con la del salmón.

Y así se han detectado en algunas muestras de ese pescado concentraciones que superan en varias veces el límite antes permitido en el caso de la carne.

Según toxicólogos consultados por Die Zeit, ese veneno, como lo califica directamente el semanario, no se elimina fácilmente del cuerpo humano y en el caso de las lactantes puede transmitirse al bebé.

El semanario alemán se pregunta cómo es posible que se autorice en la alimentación del pescado algo que está prohibido en otros casos y lo atribuye sobre todo al cabildeo de una científica noruega llamada Anne-Katrine Lundebye.

Según Die Zeit, el Gobierno de Berlín quiso rebajar los niveles permitidos de esa substancia, lo que en el caso del salmón habría equivalido a prohibir prácticamente las importaciones.

Y esto no sólo habría repercutido muy negativamente en el mercado alemán de ese pescado, sino también, por contagio, en el de otros países europeos.

Lundebye, que trabaja para el Instituto de Investigaciones Marinas de Bergen, Noruega, lleva veinte años frecuentando los despachos de Bruselas, donde está en contacto con la Comisión de Pesca de la UE.

Y allí presentó un estudio de su instituto según el cual los valores de etoxiquina medidos en el salmón de piscifactoría son deleznables, por lo que el consumo de ese pescado sería totalmente inocuo.

Sea como fuere, la Comisión Europea no pareció quedar totalmente convencida puesto que decidió prohibir a partir de 2020 el empleo de esa substancia también en la piscicultura.

Pero, lejos de darse por vencidos, los fabricantes de la etoxiquina y los lobistas de la industria salmonera han presentado una nueva solicitud para que Bruselas dé marcha atrás en su decisión argumentando que el producto no es tan tóxico como algunos afirman.

Como siempre ocurre en esos casos, ¿cuenta acaso más el afán de lucro de una industria, por poderosa que sea, que la salud de millones de consumidores de todo el mundo?

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