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Alfons García03

Algo ha cambiado

Es tiempo de balances. La maquinaria del Consell, que no vuelve a reunirse hasta septiembre, se detiene y es tiempo de levantar la vista después de tres años de Botànic. Me quedo con la apuesta por lo público en educación, sanidad y dependencia, donde existían un retroceso sideral. Con eso y con los avances en igualdad de mujeres, homosexuales, inmigrantes y colectivos desfavorecidos. Pero si tomamos distancia, la Comunitat Valenciana continúa atada al ladrillo y el turismo, dos factores de crecimiento unidos por la misma soga, pese a los esfuerzos por avanzar en innovación tecnológica.

La transformación es lenta, deja dudas sobre su calado real en la vida de la gente y el riesgo de una nueva burbuja hipotecaria resurge cuando los efectos de la crisis continúan en la calle. La tasa de desempleo regresa a valores anteriores al desplome de la economía, pero la brecha de la desigualdad no se estrecha, al contrario, porque los años de crisis han sido también los de la precariedad global. Lo hemos visto estos días con la huelga de los taxistas (el último intento de resistencia de la economía del pasado): la nueva sociedad digital es la de los bancos sin personal, la de los conductores, camareros y empleados con o sin cualificación pero con peores condiciones laborales. Siempre Salarios Bajos es el lema de la nueva economía. La crisis quizá se fue. Sus efectos, no.

¿Y qué hay de la agenda política valenciana? Pese al cambio de Gobierno en Madrid, la financiación autonómica continúa pintando mal. Ha pasado poco tiempo, pero ya se ha visto que Pedro Sánchez está preso de continuos vaivenes, que sugieren que no existe una determinación firme y que a Pablo Casado no es una cuestión que le interese. En la compensación de la deuda histórica hay gestos, pero simbólicos: pasar mil millones de corto a largo plazo cuando el lastre es de 50.000 millones sirve solo como mensaje de cortesía. Y para saber si mejorarán las inversiones habrá que esperar a los presupuestos de 2019, pero la negativa a aumentar el techo de déficit (esa responsabilidad no es del Gobierno, sino del PP y de otros, entre ellos, Compromís) es razón de peso para que el impulso a las infraestructuras que pueda dar el ministro valenciano Ábalos se note menos de lo que debería.

El Consell regresará del descanso estival con ese panorama externo y con los socios mirándose de reojo, porque Compromís ya ha dejado evidencias de que necesita reforzar su perfil crítico con Sánchez para marcar un discurso propio y ofrecerse como el valor electoral 100 % valenciano. Ximo Puig, cuyas circunstancias actuales no son las de hace tres años, lo ha comprobado en las últimas semanas: la votación de los de Mónica Oltra sobre el déficit en el Congreso, el menosprecio a la reunión suya con Sánchez en Castelló a cuenta del uso del avión oficial y el bloqueo repetido a cuestiones internas de gobierno (el famoso reglamento de Hacienda o una aportación de 600.000 euros a los regantes del Vinalopó) han llevado al jefe del Consell, que se siente más fortalecido, a empezar a enseñar las garras.

La misma exhibición de unidad de president y vicepresidenta del pasado viernes no tuvo fecha, a pesar de las pretensiones del socio, hasta que él dio luz verde, solo cuando el problema de Hacienda se había desatascado de verdad, no antes. Y el mensaje del adelanto electoral puede ser solo un mensaje, pero es serio. Cuando uno consulta a un buen puñado de adláteres sobre si conviene o no disolver las Corts, sabe que el recado va a llegar a los de enfrente. La incógnita es si todo quedará solo en advertencia.

Mejor que especular, los hechos. Estos son que Puig se ha dedicado en los últimos tiempos a engrasar la maquinaria electoral. Empezará el curso siguiente rodeado de ministros en Alicante, viéndose con Sánchez en la Moncloa (algún anuncio favorable debería caer) y recibiéndolo en València en una fiesta que será más mitin que celebración interna. Tendrá además el trampolín público del debate de política general. Asimismo, en las últimas semanas ha reunido por un lado a los consellers y secretarios autonómicos socialistas por un lado y a los cargos independientes del Consell por otro. El objetivo: demostrar proximidad e implicarlos en una misión de apostolado de la gestión del Consell y del papel moderador y determinante del president.

Hasta aquí, los hechos. Lo demás solo Puig sabe qué hará. Tiene el viento a favor de las encuestas y la convicción valencianista de que más pronto que tarde hay que abandonar la medianía electoral de las comunidades del café para todos y subir a la primera división de las históricas. A lo mejor, va y este es suficiente motivo. Él ha asegurado que no actuará por fines electoralistas y estos tres años han dejado constancia de su natural cauto, pero la política no es como la bondad, sí busca una recompensa final. Alrededor tiene quienes le empujan y quienes le frenan. De momento, ya ha advertido a Compromís y Podemos de que algo ha cambiado. De momento, la brújula y el discurso los tiene él. De momento, el debate ha regresado a la política y no ha sido arrastrado por la corrupción, que ya es. Tomen fuerzas, si pueden, bajo la sombrilla o un árbol. El otoño no está tan lejos.

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