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El rastro sin fin de los búfalos

Noelia: «En la estupenda serie ´Godless´, un blanco le pregunta a un indio shoshone: ´Si vas a cazar búfalos y vuelves con un conejo, ¿qué sientes?´. ´No muy bien - responde el indio sabio-pero vuelvo a casa´.

Muchas veces me siento así. Y no lo digo con orgullo por considerarme sabia ni con frustración por sentirme derrotada. Ni una cosa ni otra. No es resignación, tampoco cinismo, aunque la primera me proponga tratos a menudo y el segundo sea una opción que garantiza cierta zona de confort. Procedo de una familia en la que hay grandes especialistas en ambas materias. Doctorados, diría yo, y supongo que los genes tienen mucha influencia en lo que seremos a costa de acostumbrarnos a lo que somos.

He salido muchas veces a cazar búfalos. Grandes planes, sí. Enormes y luminosos sueños, sin duda. Fantásticas fantasías con las que hacer más amenas las noches de soledad, especialmente desde que me casé. No hay nada más solitario que dormir todas las noches junto a un desconocido de quien no te interesa saber nada más que lo que ya sabes. Incluso hacía listas. Listas de proyectos. Y planes. Planes de ejecución. Y fechas. Fechas con plazos estrictos que nunca cumplí. Nunca me engañé con eso. El placer no era cazar búfalos, sino soñar con hacerlo. Luego volvía con conejos, y eso en el mejor de los casos. No es que me considera una intrépida cazadora de la pradera, pero nadie me gana a dibujar cartografías de ilusiones. Y siempre me conformaba con volver a casa. Con un botín escaso, pero lista para soñar de nuevo. Cosas mías.

El dolor es su propio maestro, decía mi abuela citando lo que ella llama el Buen Libro. Eso lo aprendí pronto y pronto decidí que los sueños, aunque no me libraran de la pena, sí impedirían que me rindiera sin condiciones».

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