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Cuestiones domésticas

Fui a cenar a casa de un amigo que vive solo y que presume de no hacer la cama. Tras el postre, y con la excusa de ir al baño, pasé por su dormitorio, estiré las sábanas, las cubrí cuidadosamente con la colcha y coloqué en la cabecera tres cojines que encontré tirados por el suelo. Tras observar con satisfacción mi obra, regresé al salón donde la gente hablaba de los últimos acontecimientos políticos sin decir nada que no hubiéramos escuchado varias veces a lo largo de la semana. No hablaban, eran hablados.

Intenté introducir el asunto del orden doméstico sin ningún éxito, por lo que me acerqué a la cocina y fregué los cacharros de la cena, además de los de la comida, pues mi amigo va acumulando platos sucios hasta que no le queda ninguno limpio. Durante la tarea se me rompió una copa de cristal que envolví en una hoja de periódico antes de tirarla a la basura. Me apliqué a fondo en la base de la pila, donde había mucha materia orgánica incrustada en los alrededores del sumidero. Sabe Dios las bacterias que liquidé, ¿cómo se puede vivir así?, me pregunté. Mientras me sacaba las manos, contemplé los vasos y los platos y los cubiertos sobre el paño de cocina que había colocado en la encimera, junto al fregadero, y vi que estaba bien hecho.

Regresé al salón, donde las palabras y las frases continuaban volando de un extremo a otro sin orden ni concierto y contribuí durante un rato a la confusión general. Cuando se produjo un momento de silencio, pregunté a nuestro anfitrión por qué era tan cochino.

-He tenido que hacerte la cama y fregarte los cacharros -añadí.

Quede constancia de que tenía confianza para decirle estas cosas. Mi amigo soltó una carcajada y exclamó:

-Ya había notado yo que mis ideas se ordenaban y no sabía por qué. Las ordenabas tú desde el dormitorio y la cocina

En efecto, el orden exterior influye mucho en la sintaxis interior. Al organizar la realidad extramental, se arregla misteriosamente la mental. Me pareció un buen tema de conversación, pero los invitados prefirieron continua hablando de la actualidad política.

Otros

Se dice que uno vuelve a nacer cuando sobrevive a un accidente grave, a una enfermedad seria o a la explosión de una bombona de butano. Una metáfora. Sin embargo, los niños de Tailandia atrapados en las profundidades de la tierra han vuelto a nacer de forma literal. Los ha parido una gruta con la asistencia de un equipo de especialistas porque se trataba de un parto múltiple y de alto riesgo. Para llegar al exterior han tenido que recorrer cuatro quilómetros de angosturas, hundirse en el líquido amniótico depositado por las lluvias en esas galerías subterráneas, y adaptar su cuerpo a las irregularidades de unas entretelas de carácter orgánico. La cueva que los secuestró los ha devuelto a la luz para que sean otros distintos de los que parió su madre. Ya nada será igual para ellos. Nunca. Durante el resto de su vida recordarán aquellos días en los que estuvieron casi muertos, con poco oxígeno, hambrientos, sin luz, en el interior del útero desde el que han regresado con asombro a la vida.

«Sin luz», acabamos de decir como si dos palabras bastaran para describir el grado de oscuridad en el que se precipitaron. Pero sin luz significa sin luz, percibiendo lo mismo con los ojos cerrados que con los ojos abiertos. Tal vez se los frotaran con los puños para percibir al menos los asteriscos luminosos que produce el cerebro cuando presionamos los globos oculares. Convertidos en bultos, tropezarían entre sí, como mellizos, sin reconocerse. Llorarían quizá al tiempo de palparse el cuerpo para certificar su existencia. Los pies, las piernas, el tronco, el cuello€ Tal vez recordaran las lecciones de anatomía a las que no habían prestado suficiente atención en la clase de Ciencias Naturales. Nueve días apretados unos contra otros, sin comida, aunque acuciados por las necesidades fisiológicas propias del aparato digestivo.

Tenían las palabras. Las palabras, en las situaciones límite, sirven para ver. Seguramente «veían» a través de las palabras que se intercambiaban como objetos. Las palabras, cuando no queda otra cosa, se convierten en cosas. Y de este modo se fueron cociendo, haciendo, espesándose como fetos en el interior de la madre. Quienes los vieron asomar por la boca de la cueva supusieron que eran los niños perdidos. Pero ya eran otros.

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