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Corrientes de fondo

Me cuenta un periodista veterano que a finales de los ochenta se propusieron hacer un debate político en la tele y había que seducir a los candidatos a base de insistencia, invocación de los deberes de la amistad y mucha mano izquierda. Falta de hábito, cierto, y, también, horror ibérico a exponerse al ridículo. Cómo se pudo pasar de ahí a los corrillos de pelanduscas, horteras y mariquitas de playa, es todo un misterio que merecería una averiguación (Veriueu-ho! Xavi Castillo). Sobre todo porque, apenas unos años después, aparte de las tertulias sobre la actividad inguinal ajena, incluso propia, se había codificado un estilo de debate político consistente en ejercer de esbirro y estar satisfecho de hacerlo.

Que pagaran bien, incluso muy bien, ayuda a comprender algo, pero no todo. Había vocaciones firmes como esos palanganeros de Canal 9 que taparon la boca de Bárbara Rey experta en amores con el Emérito, le pagaron por no hacer nada (dos millones de pesetas de entonces) y le ofrecieron un programa de cocina, materia en la que ella era tan experta como yo en exégesis bíblica. Cuando se levanto la veda, también para el pobre elefante de Botsuana, entramos en los temas reales como cotorras liberadas.

Como hay ríos subterráneos y radiaciones cósmicas de las que la atmósfera no nos protege del todo, existen procesos que avanzan sin necesidad de guión y pupaciones ocultas en su capullo o que alumbran un capullo, un gremlin malo, ahora no sé. En Alemania han crecido el número de ahogados en piscinas (entre ellos unas decenas de niños) porque quienes debían vigilar estaban dándole a móvil. También nos dicen que el móvil es malísimo para conducir, pero no qué porcentaje de víctimas de accidentes acabaron con el smart phone, o sea el teléfono inteligente, incrustado en la oreja. Pero sabemos, con precisión, cuantos de los muertos al volante estaban borrachos o no llevaban puesto el cinturón de seguridad. Pero volviendo a las tertulias ahora se estila la no remuneración de los participantes, pero las cosas valen lo que estás dispuesto a pagar por ellas. Que se lo pregunten a Bárbara.

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