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El final del verano

Se han visto más ballenas azules y delfines que nunca frente a las rías gallegas. Los pescadores lo invocan para destacar la salud de sus caladeros, pero muy bien podía haber ocurrido lo contrario: diezmadas las especies más comerciales, otras, muy atractivas para los cetáceos, han ocupado sus dominios. Más de la mitad de los ríos catalanes, del Besós al Llobregat (cantaba Gato Pérez), albergan nutrias, un sello de calidad para las pesquerías locales.

La nutria estuvo en una situación parecida a la del lince ibérico. Cuando un amigo biólogo localizaba a una pareja por el Cabriel, el Bergantes o el Sénia, te pasaba la información como si fuera nitroglicerina, con mucho cuidado y sin dar la localización (bendito sea Dios, no había móviles) no fuera el tribulete a ponerse bocachancla. Entonces ¿qué pasa? Señales contradictorias.

La campaña de las especies más cotizadas (que encabeza el atún rojo y continua con el bonito) encoge, las capturas se reducen pero, globalmente, crece el consumo de pescado y, con él, los precios. Y ya se sabe lo que pasa cuando hay negocio: que se sigue hasta el final como decía Ramon Margalef. Los astilleros gallegos se reactivan. Les encargan de todo: arrastreros, congeleros y hasta buques oceanográficos, acabados de lujo, atrévase a soñar. Los clientes van de Bélgica a Rusia y de Alaska a Groenlandia.

Se nota enseguida donde hay cultura marinera: estuve en una sardiñada en Meirás (donde el pazo de la ilustrada y tocaya Emilia Pardo Bazán, que profanó el analfabeto Franco, uy, perdón se me ha escapado) y, allí, digo, las sardinas eran de a palmo. Cuando son pequeñas se llaman parrochas o parrochiñas. Comí sardinas hasta el almax, yo también soy cetáceo. Bueno, no te enrolles ¿Se acerca o no el final? Por supuesto que se acerca: demasiada gente, obras, coches, bañistas, fascistas y turistas. Shiva Nataraj, el bailarín creador y destructor de mundos, nos ha estampado fecha de caducidad en la tapa del cráneo, como a los yogures. Los elegantes concurrirán al apocalipsis sorbiendo con lentitud cada segundo del último crepúsculo. Y luego, vuelta a empezar.

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