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La tragicómica 'guerra de los lazos'

Marx (Carlos, no Groucho) decía que los acontecimientos históricos tienden a repetirse: primero como tragedia, y después como farsa. Pero, si Marx observara lo sucedido a lo largo del último año en torno al conflicto en Cataluña, tal vez estaría tentado de darle la vuelta al aforismo: primero farsa, después tragedia. Véase lo sucedido con los barcos de piolín atracados en el puerto, de los que salieron policías que se dedicaron a aporrear a los ciudadanos en la infausta jornada del 1-O.

Actualmente, nos encontramos en los prolegómenos de la «guerra de los lazos», entre independentistas y unionistas. Los acontecimientos aún distan de ser trágicos, afortunadamente, pues no se ha producido ninguna verdadera tragedia imputable a este conflicto, y sí muchos momentos ridículos; el problema es que todo indica que estamos llegando al momento en que acabará sucediendo alguna tragedia. Y, mientras tanto, el clima continúa enrareciéndose, y la farsa no puede decirse que haga mucha gracia a casi nadie.

La «guerra de los lazos» constituye, sin duda, un conflicto ridículo. Ridículo porque se trata de un conflicto en el que ambos bandos se escandalizan con la acción del contrario, pero sin base real: tanto derecho tienen unos a poner lazos para protestar como otros a quitarlos con idéntico propósito. Pero, aunque la raíz del conflicto sea inexistente, sus derivaciones cada vez resultan más preocupantes: una mujer fue agredida por quitar lazos amarillos (son poco convincentes, y bastante voluntaristas, las voces que afirman que la agresión no tuvo motivaciones políticas). Ciudadanos decidió convocar una manifestación en protesta por la agresión. Manifestación en la que se produjo una nueva agresión, a un cámara que cubría el evento (para mayor esperpento, de Telemadrid, que los asistentes a la manifestación confundieron con TV3).

Ciudadanos es un partido que se halla fuera de foco desde que la moción de censura del PSOE triunfó. Lo cual, además, acabó provocando el ascenso de Pablo Casado como nuevo líder del PP. Dos malas noticias para Albert Rivera. Ciudadanos, que en mayo encabezaba algunas encuestas y era la formación política del momento, ahora ha quedado claramente relegado por la doble pinza de PSOE y PP.

La reacción de Rivera ha sido continuar con las «recetas» que le dieron el éxito (en las encuestas; cuando hablamos de Ciudadanos, el éxito casi siempre es mayor en las encuestas que en las elecciones): centrar el debate en Cataluña, y presentarse como el mayor garante de la unidad de España. Pero esta estrategia, que les confirió la victoria en las elecciones catalanas del pasado mes de diciembre, en la deriva actual les está llevando a perder los papeles.

Si lo que tienen que ofrecer Rivera y Arrimadas a los catalanes (y a los españoles) es salir en la televisión quitando lazos amarillos (lazos que, justo a continuación, volvían a colocar los independentistas) y convocar manifestaciones para denunciar agresiones en las que los suyos se dedican a agredir a la gente, sólo cabe llegar a la conclusión de que Ciudadanos busca meternos en un bucle sin fin de lazos, agresiones y manifestaciones, a ver si en el río revuelto logran pescar algo. Pura demagogia populista; que es, además, muy poco inteligente, pues se ve venir, desde muy lejos, que lo único que anima a Ciudadanos es obtener réditos electorales.

El nuevo paso en falso de Ciudadanos es tan evidente que Pablo Casado ya se ha desmarcado de la «guerra de los lazos» y todo lo que ello comporta, acusando (acertadamente) a Ciudadanos de estar crispando la situación por motivos partidistas. Por partidismo, y no patriotismo. Se podrá decir lo que se quiera del currículum vitae de cartón piedra del nuevo líder del PP; pero nadie puede negarle su olfato político.

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