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Arte y ciencia de leer el mundo

En 2002, recién estrenado el milenio, Edward Said, cofundador de los estudios postcoloniales, impartió una conferencia que resumía su larga trayectoria de pensamiento inquisitivo, de lector de mundos pasados y presentes en áreas como la historia, la política, la música, la filosofía y, naturalmente, su gran pasión y su profesión: la literatura comparada. Al solicitarle un título para su conferencia, que traducía para publicar en España, me indicó simplemente «El arte de leer». Pensé entonces que no podría expresar mejor la tarea a la que dedicó su vida y a la que nos dedicamos en la investigación literaria o cultural. El título que he elegido para presentar mi investigación es en parte un homenaje al suyo.

Said pensaba, como Gayatri Spivak, otro referente en los estudios sobre globalización y literatura, que no hay grandes diferencias entre el arte y la ciencia de leer literatura y el arte y la ciencia de leer el mundo. Las estrategias, como demuestran ambos en su obra, son similares e igualmente complejas, pues tratan, al fin y al cabo, de la complejidad humana. Esta estrecha relación entre literatura y mundo ha presidido siempre mi investigación, centrada en las intersecciones entre diferencia cultural, género y lenguaje literario, y que analiza tanto el placer de la literatura como su capacidad de producir conocimiento. Es imposible hacer buena investigación literaria sin sentir pasión por la palabra, por ese lenguaje cuya expresión más sofisticada es la literatura; pero resulta igualmente difícil producir investigación relevante sin preguntarse, en algún momento del proceso, por las implicaciones sociales de lo investigado.

La lectura no es solo una actividad privada y lúdica. Platón expulsaba a los poetas de su República, las novelas han sido acusadas de enloquecer o pervertir, sobre todo a las lectoras, y en regímenes dictatoriales quienes practican la literatura corren especial peligro. Leer es, por un lado, mirarse en un espejo. Una comunidad sin literatura, arte o medios de auto-representación no se concibe a sí misma. El politólogo Benedict Anderson argumentaba a finales del siglo pasado que las naciones son «comunidades imaginadas», y que la novela, junto con los diarios de lectura colectiva, constituían el nexo que nos permite sentirnos parte de una comunidad sin conocernos personalmente. Hoy otros textos y medios, internet y redes sociales, contribuyen a aglutinar comunidades, con frecuencia son transnacionales. Pero leer es también la posibilidad de verse y sentirse dentro de otra piel, la de otro ser humano que nos narra una historia más o menos diferente de la nuestra, inspirándonos a reaccionar ante ella, bien empatizando o bien discutiéndola. Esta relación con la alteridad es un aspecto central de mi trabajo.

La investigación humanística es más desconocida que la de áreas concebidas históricamente como científicas. Con frecuencia se ha de justificar su valor, explicar sus métodos y resultados, su aplicación y sus beneficios sociales. No existe una respuesta común ante estas preguntas, salvo quizás, el valor intrínseco del arte y el conocimiento humano, frente a un omnipresente mandato productivo. La investigación literaria es muy diversa, y abarca la recuperación de textos históricos, el estudio de cuestiones formales o interpretativas, de la literatura en el mundo, la autoría, la recepción, o una combinación de estas perspectivas complementarias. Implican metodologías y resultados diferentes, pero en cualquiera de sus variedades la investigación literaria supone un conocimiento exhaustivo de las posibilidades del lenguaje y del proceso, nada simple, de creación de significados. Este conocimiento es transferible a muchos ámbitos de la vida.

La investigación literaria se ha diversificado mucho en el último medio siglo. Tuve la suerte de iniciar mi andadura en el cambio trepidante producido en la década de 1980, que abrió caminos hasta entonces inexplorados, tanto en el estudio formal como el de la representación. El lado positivo del giro postmoderno desestabilizó las fronteras y las identidades impuestas, provocando un seísmo en las formas de pensamiento occidental más autocomplacientes. La comprensión de que lo que se había tenido por «universal» no lo era tanto abrió un espacio a las voces de la diferencia, que hacía ya tiempo dialogaban entre sí, y a sus distintos modos de estar en este mundo y de representarlo: las voces de las mujeres, de otras identidades sexuales o territoriales, de los sujetos diaspóricos que convivían en nuestras sociedades. Como síntoma, los premios Nobel empezaron a concederse a personas de ámbitos geoliterarios hasta entonces insospechados, como Derek Walcott y V. S. Naipaul, caribeños; Nadine Gordimer, Wole Soyinka y J. M. Coetzee, del continente africano; la canadiense Alice Munro o el atípicamente británico Kazuo Ishiguro. El canon literario y el mundo académico fueron reconociendo e incorporando esta alteridad cultural, demasiadas veces a regañadientes, pues la innovación de las ideas no se acepta con la misma prontitud que la técnica o experimental. Y sin embargo son las personas capaces de pensar de modo distinto las que cambian los paradigmas de las disciplinas y transforman el conocimiento.

Así lo hizo Edward Said cuando combinó su educación británica con su perspectiva postcolonial para leer la complicidad de los textos de historia, filología y biología escritos por quienes acompañaron los viajes de «exploración» europeos. Expuso así el modo en que «Occidente» definió el «Oriente» mediante estereotipos raciales, sexuales y morales; un Oriente inventado para legitimar su colonización, pero que se presentaba respaldado por el racionalismo y la ciencia. Las perspectivas postcoloniales y decoloniales desarrolladas en las últimas décadas ofrecen un análisis de las jerarquías globales y unas cosmologías alternativas que permiten leer el mundo, y la literatura producida en los diferentes continentes, de forma mucho más justa y matizada.

Said no previó ni incluyó, en sus innovadores análisis literarios, el cambio radical que supuso, desde el último cuarto del siglo XX, la participación de las mujeres en la ciencia y las universidades. La lectura científica que el conocimiento feminista ha hecho imprescindible tiene la magnitud de una revolución pacífica. Instrumentos analíticos hoy tan aceptados como la desagregación de estadísticas por sexo o el propio concepto de género, como constructo cultural distinto del sexo biológico, permiten comprender el grado de exclusión anterior de las mujeres en los análisis científicos y universitarios. Existen pocas disciplinas que no hayan sido transformadas por esta intervención transversal.

En el mundo literario y cultural, la narrativa escrita por mujeres no se limita a ampliar los restringidos papeles de esposa, madre y amante asignados en la literatura clásica masculina, ni a recuperar a autoras y textos olvidados, sino que participa de la renovación de la escritura internacional mediante su creatividad en la representación de otros mundos posibles y sus coaliciones transnacionales. Autoras como la canadiense Margaret Atwood, protagonista de uno de mis primeros artículos, se han convertido en figuras internacionales, hecho nada sorprendente en su caso, dado su extenso dominio de los lenguajes literarios, su aguda inteligencia y su capacidad para diseccionar el mundo contemporáneo.

Aunque la investigación humanística suele imaginarse como un encierro solitario en bibliotecas o archivos, y a veces así es, en realidad se investiga cada vez más en modo colaborativo, hecho que facilita la suma de resultados y las comparaciones transnacionales. Los proyectos recientes del Grupo Intersecciones, que tengo el honor y placer de coordinar, han analizado colectivamente la representación de la vida urbana en diferentes lugares del mundo, trazando mapas literarios alternativos de Londres, Nueva York, Toronto, Sydney, Madrid o Berlín, por nombrar solo algunas. La ciudad, ese espacio definido por Iris Marion Young como de convivencia de extraños (as), o por Saskia Sassen como fuente de capacidades urbanas, es también el espacio principal de recepción de inmigrantes y diásporas, acostumbrado a la extranjería, y genera una enorme riqueza literaria, cuyo análisis comparado abordamos en varios proyectos sucesivos.

Entre las figuras urbanas de estas ciudades cada vez más mestizas y dialógicas, destaca recientemente la del extranjero o extranjera, suspendida en el umbral de la sociedad en que se inserta, y que sin embargo inspira un concepto nuevo de cosmopolitismo, que define tanto a un personaje como una forma de lectura. Este neo-cosmopolitismo, muy distinto del practicado por la antigua élite privilegiada, parte de una forma distinta de movilidad, con frecuencia forzosa, cuyos protagonistas personifican el mundo actual, fluctuante, transfronterizo y de obligado diálogo intercultural. Investigamos actualmente esta figura «extraña» y cosmopolita, así como un modo de lectura que aspira a ser más inclusiva y a contrarrestar la gran metanarrativa de este nuevo siglo, la de la globalización. Como una respuesta ética a esta última, esta lectura adopta, con el filósofo Kwame A. Appiah, un modelo conversacional, dialógico, cuyo reconocimiento del valor de cada vida humana implica necesariamente un interés por las prácticas y creencias que dan significado a esas vidas. Esta conversación que cruza fronteras nacionales, religiosas o culturales, según Appiah, guarda muchas similitudes con el ejercicio de imaginación necesario para leer un libro o ver una película narrada desde un lugar ajeno al nuestro -en definitiva, requiere una inteligencia narrativa y lectora, pues los seres humanos comprendemos el mundo a través de las historias que narramos y que nos narran.

La filósofa Martha Nussbaum describe tres capacidades necesarias para la ciudadanía: la capacidad de pensamiento crítico; la de transcender las lealtades locales y pensar como ciudadanas del mundo; y finalmente, la imaginación narrativa que permite la empatía con otro ser humano. A todas ellas contribuye el estudio de la literatura tal como la concibo, como la concebimos en el Grupo Intersecciones, leyendo detenidamente, dialógicamente, otros mundos posibles.

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