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Tratamientos paliativos para una enfermedad de alcance impredecible

La revelación de que la Casa Blanca, los departamentos ministeriales y las principales agencias de EE UU están infiltrados por una densa fronda que sabotea las "amorales" políticas de Trump es la respuesta de "The New York Times" a los adelantos del libro presidencial de Bob Woodward que "The Washington Post", su eterno rival en la lucha por la primicia capitolina, ha publicado desde el martes. Una respuesta que, si no está coordinada, resulta cuando menos complementaria: las denuncias del anónimo alto cargo frondista coinciden con prácticas gubernamentales desveladas por el veterano periodista. Así, ya desde el pasado martes sabíamos por Woodward que algunos próximos colaboradores de Trump le retiran papeles de su mesa del Despacho Oval para evitar que los firme. O que el jefe político del Pentágono, general Mattis, hizo caso omiso de su petición de asesinar al sirio Asad y la trocó en un bombardeo intensivo de instalaciones militares. Los subordinados de Trump han aprendido, en suma, que la despótica, caprichosa e ignorante toma de decisiones de Trump está presidida por una memoria de pez. Ya mucho antes que ellos lo sabía su hija, la centrista Ivanka, cuya acción política en la Casa Blanca ha estado guiada por el convencimiento de que los exabruptos paternos pueden ser transformados en políticas más aceptables sin despertar suspicacias en el tirano. EE UU y el mundo deben felicitarse por el aparente arraigo de esta fronda medicinal que, cabe colegir, ha amortiguado los efectos de instalar en la Casa Blanca a un intonso aquejado de un grave trastorno narcisista de la personalidad. Sin embargo, la única fronda de infalibles propiedades curativas son las urnas. No aplicárselas como tratamiento a Trump en noviembre indicaría que, lejos de ser una anomalía, el magnate es fiel reflejo de un país seriamente enfermo.

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