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Xavier y Antoine

Voy a hablarles de un narrador valenciano, de Xàtiva, Xavier Aliaga, de quien, en un tiempo lejano, presenté su primera novela -Si no ho dic, rebente- y, aunque no se planteó ninguna relación paterno-filial, el chico creció en edad y sabiduría y su (pen)último libro -Les quatre vides del oncle Antoine- ha merecido el Premi de la Crítica que dan los escritores en valenciano.

Dicen que una película o una novela mejoran en cuanto sale un tren, y estoy de acuerdo. Así que imaginen la ventaja de Aliaga, que es hijo y nieto de ferroviarios. De hecho, la modernidad se inaugura con la vaca Cordera de Clarín que no se acostumbra al estruendo del tren y con el atropello, por un tranvía, del casi santo Antoni Gaudí.

El libro es una novela familiar no en un sentido freudiano, sino como apertura, ventilación y repintado de la casa cerrada y oscura que, a menudo es la trama de relaciones familiares. El relato está a punto de naufragar por culpa del tiempo devorador y su piélago de ocultaciones y olvidos. Para alguien, como yo, acostumbrado a los sabores fuertes del cuento de terror o la novela negra, no era fácil seguir las andanzas del narrador del cementerio al registro y del archivo a las cartas de la familia. Si Aliaga sale triunfante de la prueba (se permite un par de ensoñaciones novelescas para decirle al lector: «También hubiera podido ir por ahí, hubiera sido más fácil y hasta me lo hubieras agradecido») es por su dominio del ritmo, la frase corta, la construcción limpia. Fabuloso.

Les quatre vides de l´oncle Antoine, aunque tenga un narrador armado con instrumentos y hábitos periodísticos, hace lo que Svetlana Aleksiévich («autoficción» le llama la moda), lo que ha hecho siempre la literatura sin más: indagar en el sentido allí donde la amenaza de perderlo es más palpable. Un largo combate de boxeo. Sanear sin juzgar, tal vez perdonar (hay cierto exceso expiatorio, me parece). Casi como una continuación, me pondré a leer otra novela familiar: El barri de la plata, de Julià Guillamón y su gente del Alto Mijares trasplantada a Barcelona.

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