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Matías Vallés

El referéndum de la independencia solar

La Unión Europea convocó un referéndum de independencia solar. La mayoría de votantes se enteraron de la propuesta al divulgarse los resultados. Por lo visto, prestan la misma atención a los dictámenes de la UE que a las invitaciones de su marca de cereales a participar en un sondeo sobre la satisfacción del producto. Los escasos votantes alemanes han decidido que el Sol se les queda pequeño, por lo que procede actuar al margen de la esfera ardiente y declarar el horario único.

La emancipación solar viene capitaneada por el sospechoso Juncker, siempre vigilante a favor de la unificación de horarios que prolongue las sobremesas tanto como sea posible. Su poder coagulador no iba a crecer al venir reforzado por un falso referéndum, de modo que la propuesta fue abortada por el Parlamento Europeo en cuanto recibió traslado de la estabilización horaria.

Hasta la fecha, la UE coincidía con Rajoy en que los referenda los carga el diablo, por lo que deben relegarse a los dominios de la fantasía. Y de repente, Bruselas apadrina una consulta de nula representatividad. Dos de cada tres votos fueron emitidos por alemanes, irrespetuosos con el "Mehr Licht" o "Más Luz" que se llevó a Goethe de este mundo. La participación española no alcanzó al uno por ciento del censo, incluso la hegemonía germana palidece al advertir que el referéndum sedujo a menos de un diez por ciento de los teutones.

Se suponía que esta participación escuálida no autorizaba a conclusión alguna. Sin embargo, se acogió como un pronunciamiento divino. De repente, los dos cambios horarios anuales se convertían en la mayor agresión psicológica imaginable contra los europeos, al borde de la tortura. Todo oscurecimiento es tenebroso, pero los efectos sobre el estado de ánimo de los atrasos y adelantamientos del reloj no deberían ser más perniciosos que soportar tres días nublados. De hecho, el remedio contra los excesos de penumbra son las vacunaciones o vacaciones en el Mediterráneo.

El desafío europeo al reloj equivale a una revancha ante la imposibilidad de combatir al clima. La cacareada conciliación cae por tierra si de doce a cuatro de la tarde no hay quien trabaje, en países sometidos a tres meses anuales por encima de los treinta grados. Por no hablar de un nuevo ejemplo de la dominación germana, porque la traducción del referéndum al castellano significa "cenar a las seis". Si Juncker vuelve a estrellarse, la UE demostrará que no se pone de acuerdo ni en la hora, otro triunfo para la extrema derecha moderada.

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