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El ejemplo Betamax

A finales de los años setenta y principios de los ochenta se libró una dura batalla comercial entre los partidarios de las cintas de vídeo Betamax y los de las cintas VHS. Era un mundo analógico que descubría la reproducción en vídeo, mucho antes de que llegara la avalancha del DVD o de Internet. Los especialistas consideraban que el formato Betamax, patentado por Sony en 1975, era muy superior al VHS, comercializado por JVC y Matsushita un año más tarde. Ofrecía mayor calidad de imagen, pero terminaría siendo un enorme fracaso de ventas mientras VHS se convertía en el estándar universal, en parte debido a su precio más bajo y sobre todo a la mayor duración de las cintas, ventaja que acabó marcando la diferencia.

La guerra entre Betamax y VHS se sigue estudiando con detenimiento en las escuelas de negocios. ¿Cómo pudo fracasar un producto que era mejor y que además había llegado antes? ¿Sucede a menudo o se trata sólo de un caso excepcional? El paralelismo con la política resulta inquietante y suscita algunas consideraciones. Para empezar, sobre el éxito o el fracaso de determinadas propuestas de gobierno. Pensemos en la centralidad perdida de Europa, víctima del modelo que surgió en la posguerra. Resulta difícil no creer que la UE constituye la formulación más depurada de la democracia. Por un lado, ha sido capaz de instaurar la cooperación entre naciones históricamente enfrentadas y que habían sufrido en el pasado siglo dos guerras devastadoras. Por otro, la potencia del Estado del bienestar se ha aproximado, como nunca antes en la historia, al sueño de una sociedad sin grandes desigualdades, de amplias clases medias y altamente protectora desde el nacimiento hasta la muerte. La solidaridad, el intercambio comercial, la libre circulación de trabajadores, el respeto a los derechos humanos, la fe en la diplomacia a la hora de resolver cualquier tipo de conflicto, la puesta en marcha de una avanzada agenda de políticas sociales, el reconocimiento de la diversidad cultural o religiosa? forman parte de ese marco de creencias políticas que definen el proyecto comunitario, sin duda el más progresista y generoso que se haya conocido. Y que, sin embargo, vive una profunda crisis -interna y externa- que amenaza con hacerlo implosionar.

En el frente interior se despliegan las retóricas nacionalistas, que pretenden romper con el pacto ciudadano que hizo posible el avance de la Unión. Los populismos de derechas e izquierdas buscan deslegitimar el equilibrio institucional demonizando las elites y por medio del burdo argumento que consiste en confundir la democracia con el voto plebiscitario. Fuera de las fronteras europeas, surgen diversas tentativas cesaristas de cortocircuitar la separación de poderes y ofrecerse como una alternativa más enérgica de gobierno: protección a cambio de modos autoritarios. Rusia o China, por ejemplo. Incluso en los democráticos Estados Unidos se percibe esa nostalgia de un hombre fuerte. Si la modernidad es un relato de optimismo, la postmodernidad sugiere un retorno al pesimismo y la amenaza de una renovada fragmentación identitaria, socioeconómica, nacional

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Si el paralelismo inicial nos indica que el éxito de Betamax acabó siendo su fracaso, cabe preguntarse ahora qué sucede en Europa. ¿Se trata acaso de un modelo demasiado avanzado para el mundo? ¿O, por el contrario, nuestro continente ha caído presa de un ensueño utópico que le impide ver la sustancia real de la historia, que no es otra que la lucha por el dominio, la riqueza y el poder? El tiempo dictará sentencia. Pero, en muchas ocasiones, sobrevivir es la única opción. Y lo que está en juego en la UE es precisamente eso: su supervivencia.

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