Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Una ofensiva neoconservadora en Europa?

El orden político y social en Europa parece convulso. No es una invención periodística ni un relato a la moda literaria o de los seriales sobre la inminencia de una distopía, es decir, un futuro colectivo nada halagüeño. La crisis económica que se arrastra desde hace una década y las sucesivas oleadas de inmigración parecen ser la causa de estos movimientos en los que se mezclan populismo, xenofobia y hasta una cierta parafernalia de reminiscencias neonazis.

En la historia antigua y medieval europea eran las llamadas invasiones bárbaras las que dislocaron por completo el orden establecido y propusieron rupturas políticas decisivas. No son comparables, desde luego, la llegada de los visigodos a la Hispania romana con el fenómeno de las pateras, pero si hacemos un ejercicio ciertamente osado de la situación actual podremos comprender hasta qué punto cada vez más amplias capas de población europea se ve contaminada por el miedo a la llegada de los inmigrantes extranjeros. Y cuanto más diferentes en lo cultural y religioso, más temor.

Determinados círculos de la izquierda despachan el fenómeno con una banalidad ciertamente preocupante. Denuncian la reaparición del fermento "fascista" en los países capitalistas sin más y se quedan tan panchos. Luego se dejan fotografiar ante las cámaras de televisión junto a unos subsaharianos rescatados por la guardia civil y dejan su moral a salvo de insolidaridad facha. Los hay como la actriz Penélope Cruz que denuncian desde su mansión en Beverly Hills la injusticia del trato que se dispensa a los pobres africanos que sueñan con una vida mejor cruzando el mar.

Al otro lado, la derecha democrática tampoco se esmera en comprender el calado del problema ni en aportar solución alguna. Todo lo contrario, en nuestro país la fulgurante aparición de Pablo Casado manejando un discurso de tono amplificado y agresivo sitúa otra vez al renovado PP en modo electoralista, sin capacidad de negociación de consensos mínimos para abordar asuntos de fondo.

Y es esa, precisamente, la lección que debe aprender la vieja democracia europea para no seguir cometiendo errores que aceleren la historia hacia destinos imprevistos. Como ocurrió en la Gran Bretaña, donde David Cameron se sacó de la manga el referéndum del Brexit para cortar la escalada electoral del Ukip y terminó pegándose un tiro en el pie de cuyas consecuencias aún no sabemos gran cosa. O en Francia, cuando los gaullistas optaron por asumir parte del ideario del Frente Nacional y terminaron arrollados por la fuerza del centrismo moderador de Emmanuel Macron.

Es verdad que el llamado contrato social que emergió de la II Guerra Mundial y propició tres décadas de bienestar continental se quebró hace tiempo. Pero resulta igualmente significativo que ese contrato, de raíz socialdemócrata y basado en una administración pública fuerte y solidaria con las clases trabajadoras, lo enarbola ahora el populismo italiano de Matteo Salvini, e incluso influye retóricamente en el programa antiglobalizador de Donald Trump. No tiene nada de raro, pues, que algunas viejas glorias de la izquierda como Julio Anguita o el desnortado Jorge Verstrynge hayan manifestado ciertas afinidades con el movimiento Cinco Estrellas italiano.

Para quienes el aumento de las desigualdades explicaría el mal funcionamiento de las democracias actuales, demasiado supeditadas al IBEX 35 por utilizar una expresión tan del gusto del podemismo, las noticias que llegan de los países más igualitaristas de Europa también resultan desestabilizadoras. Ese indefinido neofascismo, populismo o como lo queramos llamar, gobierna desde hace años en Austria, tiene presencia notable en Holanda y Francia, ha tomado el poder en Italia y acaba de hacer temblar los cimientos de la muy socialdemócrata Suecia.

En Alemania, en cambio, explican la floración neonazi y supremacista en los antiguos territorios comunistas de Sajonia como la triste herencia del totalitarismo militarista en que se fundamentó el socialismo real. Fenómenos como el crecimiento de Alternativa por Alemania en la vieja RDA explicarían también, siguiendo el argumento, las derivas autoritarias y fascistizantes en la Hungría de Viktor Orbán, en Polonia, Eslovaquia, Serbia y muchos otros países del pretérito telón de acero.

Y todo ello, según los observadores, en medio de una continua falta de liderazgo, sin figuras capaces de galvanizar al hombre común. Tal vez sea la rapidez con la que los tiempos actuales consumen personajes e historias, o tal vez vivamos un momento inane de la historia. Leo estos días precisamente a un reconocido historiador, Ruiz-Domènec, quien cita en su último ensayo al poeta irlandés Yeats, cuya sentencia respecto de su tiempo al principio del siglo XX dice así: "Los mejores carecen de toda convicción mientras los peores están llenos de fanática osadía". En realidad Yeats coqueteaba con el nacionalismo extremo y el conservadurismo antidemocrático. Habrá pues que comprender la frase en sentido contrario para renovar nuestra convicción en los valores de la convivencia democrática y en la necesidad, urgente, de que los políticos dejen de lado el plazo corto para emprender consensos amplios y de largo alcance para todos.

Compartir el artículo

stats