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Maite Mercado

¿"Dos Cataluñas"?

El documental de Netflix sobre el procés que se estrenó hace unos días como previa al aniversario del 1-O es un producto resultón montado en la aparente neutralidad que da la ausencia de narrador superpuesto y gran cantidad de fuentes. Sin embargo, aparecen pocos expertos en un relato protagonizado por políticos y periodistas que no muestra esas dos Cataluñas que nos venden en el título sino dos posiciones políticas que quedan muy descompensadas. Puigdemont abre y cierre, se explica y coloca su mensaje: ahora la única opción es tener un Estado propio al que hay que llegar con diálogo.

Entre los periodistas, resulta excesiva la presencia de John Carlin, que destaca el papel de José Mourinho como agitador político. Sandrine Morel, corresponsal de «Le Monde», que ha escrito el libro 'En el huracán del procés' y ha contado que desde el PDeCat le ofrecieron dinero para hablar bien del independentismo, no aparece. Pamela Rolfe del «Washington Post» apunta causas sociológicas, de clase, de contraste entre el mundo rural y urbano pero no se entra por ahí. El único sociólogo que aparece así rotulado es Vicenç Navarro, con una intervención de once segundos sobre un dato: el aumento del porcentaje de independentistas desde el inicio del gobierno de Rajoy hasta ahora. Los antecedentes históricos se ventilan en menos de dos minutos con cortes de tres segundos extremadamente superficiales que se cierran con la 'imparcial' visión de Quim Torra hablando del trato «trato colonial» que ha recibido Cataluña. También se pasa de puntillas por aspectos como la conversión de la Convergència acosada por el 3 per cent y ni se nombra a Artur Mas.

La estructura no es muy clara y para un espectador ajeno al seguimiento informativo diario pueden resultar confusos los saltos desde el inicio de la campaña electoral a la Diada para llegar, a la hora de metraje, al 6 de septiembre y después al 1-O. Aparte de las opiniones, lo interesante es el backstage de esa campaña del 21-D, sobre todo la de Puigdemont desde Bruselas. Le vemos tomando notas, preparando las videoconferencias, en conexión permanente con Barcelona.

El ambicioso proyecto que nació para «mostrar al mundo lo que está ocurriendo» y «permitir que las distintas voces puedan ser escuchadas», según los directores de la cinta, no cumple con las expectativas y queda en un collage de declaraciones con un simpático Puigdemont encantado con su caganer.

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