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Al tanto, pues

Hay libros que te encuentras (los eliges menos de lo que crees) y libros que salen a buscarte. A esta segunda categoría pertenece El orden del día, de Éric Vuillard. Esta novela corta me la recomendó mi maestro suggeritore, Javier Martín. La encontré, a la primera, en la librería La Traca y esa misma noche me dijo mi amiga Mayla que su madre la estaba leyendo en el original francés.

Sólo con un inmenso talento se puede abordar con éxito un tema tan manido como la eclosión de la flor letal del nazismo a través de unos pocos nudos del espacio-tiempo: el pacto de mutua asistencia entre los capitanes de la industria alemana y los torvos forajidos nazis, la torticera anexión de Austria y los juicios de Núremberg. Austria cae como una fruta madura porque su gobierno ya había allanado el camino con un retorno al autoritarismo más necio, la ilegalización de los sindicatos y la persecución de los socialistas. El escritor emplea, a conciencia y para resumir la situación, el concepto nacionalcatolicismo. ¿Les suena, verdad?

Los señores de Opel, Bayer, Siemens, Telefunken y tutti quanti venden su alma a Hitler a cambio de pacificar el país y aparcar las elecciones en los siguientes cien años. Como es exactamente lo mismo que reclaman -«un modelo de gobernanza más asiático»- los sociópatas de Davos y aquello mismo que ya llevan muy adelantado los meapilas de Varsovia y las flechas negras de Hungría, es procedente preguntarse si no estamos como borricos dándole vueltas a la misma noria. Si vuelve el fascismo no será con uniformes pardos y procesiones de antorchas, qué mal gusto. Lo alumbrarán en un festejo antológico con muchas drogas, chicas hermosas y música hasta el amanecer. Quiero decir que se parecerá mucho más a Un mundo feliz que a 1984.

De todas las filmaciones nazis, la que más me estremeció es un película en color que saca a felices familias berlinesas en la piscina. Ya ardía media Europa, pero ellos parecían ignorar con qué rapidez se iría todo al carajo. Al tanto, pues.

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