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Alfons García03

El gesto de Pedro

Los pequeños gestos lo dicen todo. Como la señora que coge una servilleta de papel, la dobla en cuatro partes iguales y sobre ella coloca la botella de agua que acaban de dejarle en una de esas terrazas donde el sol nunca llega. Me imagino su casa y la mesa de su despacho mientras pienso que yo tendría que poner orden en esta, donde un día los papeles y carpetas van a cobrar vida propia.

Un gesto ha sido sobre todo la visita a València esta semana de Pedro Sánchez, la primera de un presidente del Gobierno un Nou d'Octubre. En política no hay gesto mudo. Ni carente de un porqué. Política es estrategia y esta siempre tiene un objetivo. En democracia, el fin son las elecciones. Sánchez es el presidente con un grupo parlamentario más reducido desde la Transición y, aunque se esfuerza en agotar la legislatura, sabe que no puede perder de vista el horizonte de las urnas. El movimiento de su jefe de gabinete y hombre de confianza, Iván Redondo, a la maquinaria electoral de Ferraz habla por sí solo. Y los gestos de Sánchez con la C. Valenciana hablan de que sabe que este es el espacio donde más puede crecer el voto socialista. Si mira los grandes núcleos de población (y voto) en España observa que en Madrid la fragmentación política es más elevada, con Manuela Carmena y Podemos más briosos, Cataluña es un enigma demasiado cambiante y en Andalucía el socialismo puede aspirar a poco más de lo que ya tiene. Hay otros lugares de crecimiento, pero el pozo más caudaloso donde beber está en la Comunitat Valenciana. Así que Nou d´Octubre y más guiños vendrán.

Hay gestos que dicen y frases que definen un tiempo. «Si alguien no se cree el cambio climático que...» En los puntos suspensivos cabe que «viaje en octubre a Bruselas», donde antes nevaba y ahora puedes ir en manga corta, o que «mire la fuerza de las inundaciones», de las que solo nos acordamos cuando la catástrofe ha sucedido. La sucesión de escándalos nos oculta los asuntos trascendentes, como el calentamiento global. La realidad es de mirada corta y los grandes asuntos se miden en plazos largos. La preocupación se diluye en los horizontes extensos. Hay margen en el futuro para una solución. Es el mecanismo de pensamiento para la inacción. Pero si alguien no se cree el cambio climático que escuche a la consellera de Medio Ambiente explicar el último gran incendio valenciano, el del pasado verano en Llutxent. La explosión térmica que se produjo una vez se había iniciado el fuego y que multiplicó su dimensión y peligrosidad es un fenómeno que nunca se había dado en grandes fuegos anteriores por su potencia y características. Los técnicos lo atribuyen al sobrecalentamiento general del ambiente. Elena Cebrián está en política, pero no sé si es política. Sí que demuestra que se cree de lo que habla, que no es poco.

Hay frases que retratan a una sociedad. La inmigración es el asunto de nuestros días. Uno puede entrar en el Parlamento Europeo y escuchar a un diputado que la solución es que los africanos no puedan salir de su continente. Sin más. Unos van (vamos) con la chequera y la tarjeta de crédito (no hace falta que sea black) por donde les parece porque todo el mundo es nuestro. Los demás han de obedecer. Es el discurso que prospera en estos tiempos en media Europa porque es más fácil cerrar una puerta que abrirla. No se necesitan llaves. Basta con un portazo. La solución es dejarlo todo como está y, si hay que recurrir a la fuerza para que nada cambie, que sea. Casi nadie mira a la otra ribera, a unos países que crecen económicamente con vigor (entre un 3,7 y un 4 %) pero que presentan síntomas de preocupante desestructuración política. Argelia y Marruecos, las grandes potencias del Magreb, son países sin gobernantes presentes: la salud de Abdelaziz Bouteflika es un secreto de Estado rodeado de enigmas y a Mohamed VI se le ve cada vez menos en Marruecos.

Ximo Puig habla de un futuro en el que la potencia demográfica y económica va a volver al Mediterráneo y de las oportunidades de centralidad que ese escenario representa para la C. Valenciana. El problema es que, para que haya un centro, ha de haber un cierto conjunto. Si al otro lado del mar hay caos, no hay nada. Por muchos gestos y palabras que regalemos.

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