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La zorra, guardiana del gallinero

Quien afirmó que el episcopado español (en el lote incluyó al polaco) no tiene remedio, enunció un diagnóstico de milimétrica precisión. El último movimiento de la Conferencia Episcopal corrobora que con los obispos españoles, con una apreciable mayoría de los mismos, no hay papa Francisco que valga ni decisión firme de hacer algo decente contra los casos de pederastia que están devastando, esos sí, y no el relativismo y similares disquisiciones a las que tan proclive ha sido el emérito Ratzinger, la viña del Señor.

El sumo pontífice ha convocado una reunión de los episcopados del orbe católico para afinar la batalla contra la pederastia, pugna que se solapa con la dura trifulca desatada entre tradicionalistas, conservadores y reaccionarios de toda laya y condición y los moderadamente progresistas, que han hallado en Francisco el líder por el que suspiraban.

Situada ante tal tesitura, la Conferencia Episcopal, que desde los tiempos del polaco Wojtyla y comandada por el anterior cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, acerado ejemplo del más rancio nacional catolicismo, que trabajó a destajo para trufar las diócesis de obispos que en poco o nada se diferencian de sus antecesores de los años 40 y 50 del pasado siglo, los obispos de la "cruzada", se ha descolgado con la creación de una comisión encargada de actualizar el protocolo con el que la Iglesia maneja los casos de pederastia. Es un documento fechado en 2010, en el que todo conduce a desacreditar a las víctimas y preservar ad nauseam la presunción de inocencia del clérigo degenerado. Para presidir la comisión que ha de actualizar el manual, a fin de no incomodar en exceso al Vaticano, se ha elegido al obispo de Astorga, su ilustrísima Juan Antonio Menéndez Fernández, de 61 años, a 14 de la obligada renuncia al cargo. Hay pastor para rato. Menéndez no expulsó al sacerdote José Manuel Ramos Gordón, a pesar de conocer sus tropelías y abusos a un menor. El titular de esa diócesis estima castigo durísimo privarlo de oficiar misa en público. Ese obispo es al que la Conferencia Episcopal encomienda la máxima responsabilidad en la elaboración de un catálogo de medidas para hacer efectivo el combate contra la pederastia. La zorra en el gallinero.

Parece una evidencia que reformar el episcopado español es tarea que requiere algo más contundente que ir sustituyendo a los obispos que se jubilan al llegar a los 75 años. Francisco apartó sin contemplaciones a Rouco de la archidiócesis de Madrid. Su influencia se mantiene casi incólume. El listado de obispos que comulgan con el credo más radicalmente reaccionario de la Iglesia, que a toda costa intentan abatir a Francisco, es nutridísimo: Córdoba, Bilbao, Las Palmas, Avila, Salamanca, Burgos, Valencia (ahí está el cardenal Antonio Cañizares, furibundo opositor al papa, actual líder del nacional catolicismo español), Oviedo, Alcalá de Henares, Ibiza, suma y sigue. Si hay que aguardar a que se vayan jubilando la espera será eterna, esterilizará cualquier proyecto serio de modernidad.

La Iglesia católica española, su jerarquía, quiere seguir siendo lo que fue, disponer a su antojo de los privilegios que le otorgó la dictadura del general Franco, a quien acogerán cristianamente en la cripta del adefesio de la catedral de la Almudena. La momia a tiro de piedra del palacio real.

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