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Crispación máxima, ¿a quien beneficia?

Casado se equivoca si cree que es rentable acusar a Sánchez de "ser participe y responsable del golpe de Estado que se perpetra"

Dicen algunos que un buen político no es aquel que contesta a lo que se le pregunta sino el que responde con el mensaje que le interesa. Quizás sí. Pero ¿es válido transformar un pleno del Congreso sobre la última cumbre europea y la venta de armas a Arabia Saudí -asuntos nada irrelevantes- en un ataque frontal a políticas específicas del Gobierno como hizo Pablo Casado el miércoles? Lo dudo y en todo caso demuestra un exceso de impaciencia para alguien que se estrena como líder de la oposición y de un partido que gobernó hasta hace cinco meses.

En todo caso, la filípica debía intentar ser sensata y creíble. No lo fue. Afirmar que la situación en Cataluña es de tal extrema gravedad que requiere la aplicación inmediata de otro 155 -la suspensión de la autonomía- de mayor severidad que el anterior es intentar falsificar la realidad. En Cataluña, gracias en parte al 155 de Mariano Rajoy, la situación está mas normalizada que hace un año. Cierto que los discursos del president Quim Torra y algunas acciones esporádicas de los CDR son deplorables y que además la sociedad está dividida, pero el independentismo estaba amenazando con un otoño caliente -coincidiendo con el 11S, el aniversario del referéndum ilegal, duramente reprimido, del 1-O y de la DUI del 27-O- y hasta el momento no ha pasado nada grave.

Por el contrario, lo que sí se ve cada día es que el separatismo se está agrietando, que la pelea entre Carles Puigdemont y ERC les ha dejado sin mayoría en el Parlament y que los CDR y las CUP piden la dimisión de Torra, el vicario del exilado de Waterloo. ¿Dónde y cómo se informa Pablo Casado de lo que pasa en Cataluña?

Es más grave que luego acusara de golpista al presidente del Gobierno espetándole: «Es usted partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España». En España no se perpetra hoy -excepto en la imaginación de Puigdemont y Federico Jiménez Losantos- ningún golpe y no se puede decir que negociar los presupuestos con dos partidos catalanes, ERC y PDeCAT que representan -guste o no- al 47 % de los catalanes, sea negociar con golpistas. Además, Pedro Sánchez votó junto al PP hace justo un año la aplicación del 155 contra la Generalitat independentista. ¿No debería haber un mínimo de lealtad recíproca entre los dos grandes partidos? Gran parte de los problemas de España -incluida la crisis institucional en Cataluña- se deriva precisamente de la incapacidad del PP y el PSOE por alcanzar unos mínimos consensos.

¿Cree Casado que la vuelta al aznarismo y el ninguneo de la actitud equilibrada del último Rajoy -no el que alentó la campaña callejera contra el Estatut del 2006 y el que dijo que José Luis Rodríguez Zapatero estaba traicionando a los muertos- es el remedio a los males del PP? Y decir que el borrador de los presupuestos encarna todos los males y arruinará a España suena apocalíptico cuando Isidre Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, acaba de decir que estimularán la economía, en presencia de Felipe VI y en la clausura del congreso de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos.

La crispación es el gran mal de la política española que perjudica a todos y Pedro Sánchez también volvió a poner su granito de arena al romper las relaciones con el líder del PP. Es un gesto teatral y estéril. Pero Casado debería saber que le puede salir el tiro por la culata al jugar a subir el ya muy alto grado de crispación.

El tremendismo no paga porque Casado no escribe como Camilo José Cela. Y debería estudiar la encuesta del CIS. No tanto la parte electoral, que dice que el PSOE aumenta su ventaja y que Ciudadanos supera al PP y que es interesante pero puede ser discutida, sino un dato muy concreto. El 90 % de los españoles cree que hay mucha o bastante crispación en la vida española y, respecto a los partidos, hacen al PP el principal culpable (27,3 %) seguido luego, en decimales del 7 %, por Cs, Podemos y el PSOE.

El remedio del PP no es matar a Pedro Sánchez. La asignatura pendiente de muchos años -que Rajoy tuvo miedo de abordar- es que en una escala de 1 a 10, donde 10 es la extrema derecha, los españoles se sitúan en el 4,59 (centro-izquierda moderado) y colocan al PP en el 8,31. Y eso no se corrige, sino que se agrava con discursos a lo Jiménez Losantos o Pablo Casado.

La nueva vida de Rodrigo Rato

Ver a Rodrigo Rato, el exitoso vicepresidente económico de los ocho años de Aznar, luego director gerente del FMI, entrar en la cárcel por seguir permitiendo el mal uso de las tarjetas opacas de Caja Madrid ha sido chocante. Al menos para mi que -como periodista- le traté con cierta regularidad en los últimos años del gobierno de González y en el primer mandato de Aznar.

Rato era, sin duda, el más abierto y más interesado en la realidad europea, de aquel equipo del PP. Nacido en una familia rica, quizás no era un gran economista, pero era simpático, tenía sentido común e instinto político, sabía digerir informes y -con la ayuda de la coyuntura mundial- sus medidas de liberalización fueron exitosas y la economía española volvió a crecer.

¿Cómo este triunfador ha acabado en la cárcel? Más allá de los tópicos -la codicia, la corrupción-, Rato creía, como la mayoría de la prensa y de la opinión informada, que sería el sucesor de Aznar si el líder del PP decidiera retirarse. No fue así. Mayor Oreja no lo podía ser, no era pura sangre del PP y tuvo el resbalón vasco y Aznar no podía imponer a Acebes -quizás su preferido porque sería un discípulo fiel- pues su autoridad sin límites cayó tras la guerra de Irak. Aznar desconfiaba de Rato porque tenía personalidad y criterio y sabía que volaría por cuenta propia. Al final optó por Rajoy, el eficiente y discreto defensa central que creyó que sería más dúctil.

Creo que Rato, con gran vocación política, no supo digerir aquel fracaso que truncaba su ambición. Marchó al FMI -un magnífico premio de consolación- pero no se encontró bien. Para un señorito del elegante barrio de Salamanca, Washington es una ciudad aburrida -sin tascas y gente en la calle- comparada con Madrid. En uno de sus primeros -y abundantes- viajes a la capital de España se dejó fotografiar en la calle escuchando a alguien -supongo que Rajoy- que hablaba desde el balcón de Génova. No supo concentrarse en su relevante cargo internacional.

Luego dimitió por sorpresa -dejando mal a España- del FMI y pidió a Rajoy la presidencia de Caja Madrid frente al candidato de Esperanza Aguirre, el hoy encausado Ignacio González. Entonces un importante banquero me confesó que no lo entendía. ¿Por qué Caja Madrid, un avispero con problemas, cuando con los consejos de Lazard, Banco de Santander y la Caixa, tenía garantizado un buen vivir con más tranquilidad?

Quizás era que Rato arrastraba la herida del poder. Quería seguir siendo una autoridad con mando visible y, como compensación a no ser el número uno de España, acumular riqueza. Algo distinto a estar bien pagado. Fue un político inteligente que soñaba con, desde la Moncloa, ser el líder de una derecha más moderna y centrista que la de Aznar. El jueves pedía perdón un minuto antes de entrar en la cárcel. Triste.

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