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Esencias ponzoñosas

Como decía el psicoanalista de Emmanuel Carrère cuando el escritor de hallaba en un abismo de infertilidad literaria, desánimo y malquerencia, «el suicidio tiene mala prensa pero, a veces, es una salida». Individual. El suicidio colectivo, en cambio, aunque libera algunos solares, es siempre una estupidez política y moral: sufren más los inocentes que los culpables. Otro día hablaré de Europa, ahora centrémonos en España donde, por imperativo de la derecha catalana y española, llevamos varias temporadas de pleito legitimista y patriota, con todos los riesgos inherentes a las esencias. Me cago en el Cid Campeador, la momia de Viriato, el punyalet de Pere y el prepucio de Guifré el Pilós. Y en el fossar de les Moreres y el Valle de los Caídos.

Si tuviéramos que expresar la situación en términos futbolísticos, diríamos que el partido va empatado a tres goles. Y empantanado. Tres eran tres (y ninguna era buena): de una parte y otra. Vox, el PP y Ciudadanos; Esquerra, PDeCAT y el kumbayá de la CUP. ERC era independentista de mucho antes, pero fue el PDeCAT de Artur Mas, es decir los neocon catalanes, los que se lanzaron a la piscina vacía de la desconexión y la República somiatruites. En cuanto a la derecha española, ¿qué puedo añadir de tanta dama ofendida? Ninguno mueve ficha por temor al que el competidor le rebase como gestor de agravios. A Carolina Punset la expulsaron los naranjitos por hablar con Carles Puigdemont.

Hemos conseguido un país con altas cotas de libertad y bienestar pese a la crisis. Tenemos en materia sexual, familiar y de costumbres una postura tan liberal que si yo fuera cura, cambiaria de oficio. Tenemos el mejor paisaje y biodiversidad de Europa. Como padecimos la más larga dictadura del siglo XX conocemos el placer incomparable de la autonomía individual y sabemos que hay que respetar la Constitución pero, mucho más, ir definiendo un terreno de convergencia en el que los enemigos del acuerdo -que solo puede ser producto de cesiones mutuas- queden aislados como sujetos tóxicos. Sí, hay que seguir hablando.

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