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La arruga es bella, incluso en el trabajo

En la película Caramel, dirigida por Nadine Labaki, una de las protagonistas interpreta a una actriz reacia a aceptar su edad. Una mujer que se presenta a un casting y, en vez de interpretar el papel que a lo mejor la catapultará a la fama, prefiere representar el de alguien a quien sus estrógenos aún no han abandonado. Antes de acudir a la prueba, prepara una pipeta cargada de tinta roja que estalla en pleno momento interpretativo. La actriz se disculpa por tener que abandonar el set. Bendita sea la menstruación que le ha bajado de improviso como a las más jovenzuelas. Se queda sin papel, pero con unos pantalones blancos prietos, prietísimos manchados. Cuestión de prioridades. En Hechizo de luna, una grandiosa Olympia Dukakis le recuerda a un ídem Vincent Gardenia (los señores Castorini para más señas) que no por mucho ser infiel se envejece menos temprano. A él le pasaba lo que a muchos (y a muchas): creer que cuanto más seduces, más lejos estás de la vejez. La cuestión es aferrarse a la juventud, divino tesoro. Sea como sea. Cuando todo es posible y todo está por hacer. No nos engañemos, salvo excepciones, hacerse mayor es la gran noticia. Aunque tengamos que hacer las paces con el paso del tiempo, hacerse amiga de las canas, de la nueva expresión alrededor de los ojos y de unas carnes requeteobedientes con la ley de la gravedad. Hay que despedirse de algunas cosas y dar la bienvenida a otras. Y punto. Para todo lo otro, seguimos estando como flores de pitiminí. De pitiminí y, además, con experiencia. Esa frase debería poder incluirse en un curriculum vitae.

Mi amiga Sandra, que trabaja en Cruz Roja, compartió un video relacionado con lo que allí hace. Apoyar a personas mayores de 45 años en su periplo para encontrar una nueva ocupación. Reinventarse o morir a partir de esa edad. La crisis fue inmisericorde con la mayoría. Y fue sangrante con algunos mayores de 45. No solo les dejó sin trabajo, también se llevó por delante su autoestima. Su presente y su futuro. Es fácil imaginar el desaliento de una persona a la que echan a una edad en la que aún queda mucho por vivir, por pagar y, ojo, por cotizar. En el audiovisual, diferentes hombres y mujeres maduros cuentan la cruda realidad de escuchar a un jefecillo de recursos humanos diciendo que ya no aportan frescura, que les falta flexibilidad o que, seguramente, no tienen fluidez con los idiomas o la tecnología. La respuesta conmueve. Personas explicando que ser mayor de 45 años les aporta templanza, constancia o ganas de seguir formándose. Como si esas características tuvieran que ver con la edad y no con la forma de ser. Ser mayor y tener que justificar que aún eres bueno, que tienes talento y ganas de mejorar tus competencias indica que a las políticas de empleo les queda un buen trecho por delante. Larga vida a las personas, entidades y empresas que trabajan para que todos quepamos en esta sociedad.

El 'Sport' publicaba hace unos días la fascinante noticia de que la actriz y modelo, Elizabeth Hurley, se ha desnudado en redes a los 53 años. Aún ahora sigo sin entender dónde está la noticia, aunque, visto lo visto, es fácil intuirlo

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