Veamos las señales: las borrascas profundas ya producen en Sicilia y Mallorca casi tantos muertos como las lluvias monzónicas en la India. No crean que el cielo va a respetar nuestra condición de demócratas más o menos voluntariosos. Cuando Margaret Thatcher dejó de invertir en el mantenimiento de los ferrocarriles, los ingleses comenzaron a sufrir tantos accidentes letales como los indios. La mejor forma de granjearse el favor del cielo es echarle una mano desde la tierra.
Esos temporales mediterráneos (con huracán) ya tienen nombre propio, como los ciclones del mar Caribe. Este verano hice una comprobación que no creo que sea excepcional: cualquiera que fuera la hora y la playa en la que me bañase, el agua tenía la temperatura de los meados. Se pasaba del sol a las olas sin recibir ese estimulante golpe de frescor en la barriga y la espalda. La bañera de Ulises, que diría el periodista Emilio Garrido.
En agosto dimitió Nicolás Hulot (seguramente había metido los pies en el mismo caldo que me alarmó a mi), el ministro francés de una cartera que Emmanuel Macron tuvo el santo morro de bautizar como de Transición Ecológica. El señor Hulot no tenía un motivo, sino varios, empezando por la desidia de sus mismos compatriotas que, como nosotros, parecen contemplar, como si fueran normales, las intrigas en palacio de poderosos grupos de presión que tratan de que las cosas sigan igual. Aquí, como saben, llegó a funcionar un impuesto al sol para impedir la autonomía energética del personal y seguir quemando hidrocarburos.
En 1980, más o menos cuando Ronald Reagan accedió a la dirección del imperio, Bertrand Gross publicó Friendly fascism (Fascismo amistoso), la nueva cara del poder, hecha de colusiones y complicidades entre el dinero y una política en teoría preparada para atender a los ciudadanos. Macron, el presidente de Francia, proviene de la banca Rothschild, y se nota que la ama, a la banca, tanto como Mariano Rajoy. Y es lo que yo digo: si vas todos los días de putas, lo normal es que acabes con gonorrea.
