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Agente naranja

Ya he visto la última de Spike Lee, Infiltrado en el KKKlan, y estoy a la espera de conocer el último documental de Michael Moore: Farenheit 11/9. Y acabo de leer que los republicanos han perdido el control de la Cámara de Representantes. Moore proponía algo tan poco revolucionario como que votasen algo menos de 80.000 demócratas que, tal vez asqueados, no lo hicieron cuando fue elegido Donald Trump, hace dos años. Le habrán hecho caso.

Soy un fan de Spike Lee, pero en esta película me aburrí un poco, es el riesgo del cine combatiente. Si retratas a una pandilla de majaderos tienes la falta de complejidad de los descerebrados en contra del interés de la película, de una película basada en hechos reales. Aún así es un relato que enlaza, muy astutamente, racismos nuevos y viejos con el antiquísimo antisemitismo: el atentado racista más grave y letal en la América de Donald Trump ha sido, hace muy poco, contra una sinagoga de Pensilvania.

Me encanta que un negro listo haya sido capaz de colocar un rodillazo, algo desviado, en los mismos pelendengues de la Presidencia de EE UU, una instancia que no pocos norteamericanos consideran sagrada, allá ellos, sólo es una interinidad. Es más, Spike persiste en motejar a Trump de Agente Naranja, por el pelo, claro, y porque es un guiño a los luchadores por los derechos civiles y contra la guerra del Vietnam. Agente Naranja era el nombre, un eufemismo, de un defoliante masivo y cancerígeno que trataba de desnudar al Vietcong y dejarlo sin escondites en la selva. Sólo los cítricos y el gato Garfield pueden ser de color naranja sin atentar contra la inteligencia o el buen gusto.

No son tiempos fáciles éstos del aval mutuo entre fascistas transnacionales. El dilema es tan viejo como el mundo: o tratas de articular una resistencia efectiva, contradictoria, con retrocesos (al final, pagaremos nosotros la constitución de hipotecas), o buscas a un pobre diablo que valga como cabrón propicio y le atizas hasta que te hartes. Mejor y más alto levantarse contra un piélago de calamidades, que decía el cisne del Avon.

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