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Matías Vallés

Sonarse con la constitución

Desde un punto de vista bacteriológico, besar una bandera es tan desaconsejable como sonarse con ella. Los contactos buconasales con un paño propician todo tipo de contagios, no veo a un médico recomendando el contacto labial con una tela que ya ha recibido ese frotamiento de decenas de personas. Resulta por tanto discriminatorio cebarse en la insania de Dani Mateo, mientras se aplauden gestos igualmente discutibles con la enseña nacional desde una perspectiva higiénica.

He conocido a muchos cobardes con ansias de transgredir, pero mi vocación de espectador me sitúa más a menudo entre los destinatarios de la provocación. Y aquí aplico a rajatabla la frase que le escuché a Pasolini, con la sonrisa entornada entre los pómulos. "El escándalo es una obligación para el creador, y un placer para el público". Conviene reivindicar el derecho a ser escandalizado, antes de que los fanáticos del asentimiento y el resentimiento estrangulen definitivamente al disentimiento.

El error más grave de Mateo consistió en pedir perdón por cumplir con su misión de payaso, cuando a los ofendidos les bastaba con cambiar de canal. En cuanto al sensibilizadísimo sindicato policial que extiende la persecución del crimen a su tiempo libre, reivindica con mayor pasión la bandera de tela que la carta magna de papel, y no solo por la lógica aversión al formato libro. Charles Swift, el teniente coronel de la Marina estadounidense que se enfrentó a los pseudotribunales de su país para presos de Guantánamo, me explicó un día que los soldados norteamericanos no morían en Irak en nombre de su bandera, sino en defensa de su Constitución. Pues bien, si el humorista se hubiera sonado con una página arrancada del texto constitucional, no estaría imputado. Sin los escandalizadores, este mundo sería muy aburrido, aunque son mucho más divertidos los escandalizados.

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