Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Despedida para Bertolucci

Se ha apagado la llama vital de Bernardo Bertolucci y todos han escrito ya su homilía, o su adiós sentido. Hay, cómo no, coincidencias, y algunas lagunas, poco comprensibles. Ha sido un director de cine muy complejo pero con grandes éxitos de público y descalabros, de crítica, y de taquilla también. Para él no solamente era un oficio, sino una vía para transformar la sociedad o para mostrar lo más problemático, con una visión histórica, que a veces primó más que otras.

Aunque comenzó con La comare seca, porque iba a realizarla Pasolini, que era amigo de su padre, quien le apoyó como poeta y como vecino en Roma, hay que pensar que Prima della revoluzione fue su declaración de independencia y su homenaje a Roberto Rossellini.

Tengo entendido que El último tango en París iba a ser una historia muy distinta, pero que el productor le empujó para que fuera una historia heterosexual (había realizado El conformista, de forma brillante, una adaptación de la novela de Moravia y un sentido visual potente). Así entró en el proyecto Marlon Brando, que dio hondura a la peripecia de ese personaje acabado, sin ayuda posible. Un fogonazo de genialidad por su parte y mucho de provocación, él venía de hacer Candy, que era osada, pero banal.

A consecuencia del escándalo pudo hacer lo que quiso, las productoras le ponían todo lo que pidiera y de ahí que pudo rodar Novecento (que anoche, con buen criterio, La 2, puso, para homenajearle, sustituyendo a La legión invencible). En la época la crítica de los Estados Unidos dijo que Bertolucci «ha desplegado la bandera roja más grande» porque era una larga historia de medio siglo de Italia, con fascismo y comunismo en pugna. El guión era suyo y de su hermano Giuseppe, con el que colaboró en muchas ocasiones, y que nadie ha citado, no sé porqué. También él ha dirigido filmes y un gran documental sobre Pasolini, reciente, que en España no se ha visto.

Como ignoran su colaboración con su cuñado -en El cielo protector y en El último emperador- y a su esposa, Claire People, directora, que en algún caso llegó a firmar un filme que había preparado él mismo y dirigido, y que rodó en Toscana, en Lucca, en Burlamachi y Villa Reale, tras hacer Stolen beauty.

Tampoco se acuerdan de La tragedia del hombre ridículo, que no fue bien recibida, o el palo a Buda. Se redimió con una pequeña película sobre mayo del 68, Dreamers, en la que rescató a Jean Pierre Leaud. Su último trabajo ha sido Tú y yo. Pero estaba preparando un rodaje. Según su amiga, Paola Rosi, que iba a hacer de productora, él estaba perfectamente de cabeza, aunque no tenía movilidad y lo llevaban en silla de ruedas. Le vimos así en diversos homenajes.

Deja una filmografía potente, que refleja las crisis italianas, la crisis de la izquierda sobre todo, y del humanismo. Como él aseguraba ya no quedaba nada de la utopía que les había guiado o de la rebelión. Era patente desde los años setenta del pasado siglo. Y cada uno dio las respuestas como pudo o encontró un camino para adaptarse o resignarse. Prima el principio de la realidad. El cine italiano dejó de ser tan bien recibido y de tener tanta proyección internacional.

Compartir el artículo

stats