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La habitación a oscuras

Richard Claride, vicepresidente del banco central americano, acaba de declarar que la FED se siente como en una habitación a oscuras. Necesita más datos para decidir si deben seguir subiendo algo los tipos de interés, para evitar el riesgo de inflación, o si tienen que parar subidas para no dañar el crecimiento. Encima, el presidente Trump crea ruido al acusarles de boicotear la economía y dice no estar nada satisfecho de su nombramiento de Jay Powell como presidente de la FED.

Pedro Sánchez y José Luis Ábalos están estos días en una situación similar. El sábado pasado dije que una gran crispación amenazaba la legislatura. ¿Cuándo, pues, convocar elecciones? El ministro Ábalos afirmó el pasado sábado en las jornadas económicas de S’Agaró que la crispación no iba a ganar la batalla (o sea que no quería adelanto electoral), pero luego añadió: «no comprendo por qué piden elecciones inmediatas (Casado y Rivera), porque las perderían» (no las descartaba).

Sánchez y Ábalos están en una habitación a oscuras y, como la FED, intentan mantener la sangre fría en medio de la tormenta (aquí la crispación, allí Trump) a la espera de nuevos datos.

Si tuviera presupuestos, Sánchez no dudaría en aguantar y convocaría elecciones tras el verano. Con la economía tirando (los datos de la recaudación tributaria hasta octubre son buenos), cree que su gestión y su proyección internacional (frente al «provincianismo» de Casado y Rivera) le beneficiarán. Pero los independentistas han jurado que nada de nada (ni negociar) porque la fiscalía mantiene la acusación de rebelión contra varios dirigentes independentistas. Sánchez no lo acaba de entender -porque la razón de fondo es la guerra intestina entre Junqueras y Puigdemont- y quizás por eso no tira la toalla.

Tres miembros de su gobierno (la vicepresidenta Calvo, la ministra de Hacienda y el propio Ábalos) han aprovechado esta semana la oleada de protestas sociales en Cataluña (médicos, universitarios, funcionarios) para subrayar que la Generalitat tendría más recursos con los presupuestos aprobados.

Y el independentismo está algo contra las cuerdas. La protesta social -que va a continuar- no se ha movilizado a favor de los presos sino contra la Generalitat secesionista por los recortes. Y no saben cómo reaccionar. Sánchez espera que al final dejen pasar los presupuestos. Entonces, no convocaría antes de octubre del 2019.

Pero sabe que no puede confiar. ¿Qué hacer sin presupuestos? Tiene un margen de tiempo para decretar medidas populares, como el salario mínimo, o la extensión de los contratos de alquiler de tres a cinco años, e ir a elecciones con rapidez. En enero hay vacaciones parlamentarias y podría convocar para marzo. No es lo que quiere, pero si la victoria del domingo en Andalucía fuera superior a la prevista y la derecha quedara malparada (y fragmentada en tres) sería una tentación.

También puede juntar las elecciones generales a las municipales, autonómicas (en muchas comunidades autónomas) y europeas de finales de mayo. Tampoco lo desea, pero tendría algunas ventajas. Todo el PSOE estaría obligado a movilizarse sin fisuras y al mismo tiempo (incluso los menos sanchistas) y los partidos con menos implantación territorial (Cs y Podemos) podrían salir perjudicados al tener menos listas municipales y una menor implantación autonómica. El inconveniente es que nunca se ha hecho, sería muy criticado y cinco papeletas de voto son un lío. Algunos electores, en especial los de mayor edad, entre los cuales hay muchos votantes socialistas, se podrían despistar. ¿Y si se olvidan de alguna papeleta? Demasiado experimental.

Pero sin presupuestos también podría esperar a octubre si Andalucía le respalda, si PP y Cs quedan casi empatados y lejos de la mayoría, si Vox -que puede encarnar la protesta- tiene buenos resultados y si Pablo Casado queda algo tocado porque parece que perderá entre 7 y 10 escaños. Tras Andalucía, el puente de la Constitución y Navidad. Luego las vacaciones parlamentarias de enero. Y en febrero, ya estamos en la precampaña de las municipales, autonómicas y europeas. Le darán hasta en el carné de identidad pero es lo natural y lo que toca ante la cita de mayo.

Luego viene el verano y luego ya estamos en setiembre. Puede convocar para noviembre, que es su intención. Pero también -si las elecciones de mayo le han ido razonablemente bien, la perspectiva económica no ha empeorado y la crisis catalana está en una fase menos aguda (difícil pero Sánchez es voluntarioso y optimista por naturaleza)- intentar hacer aprobar los presupuestos del 2020 y convocar después.

¿Elecciones entonces en marzo del 2020 agotando la legislatura? Parece imposible porque sería tentar demasiado a la suerte. Es la hipótesis más aventurada aunque no descartable. Hoy Sánchez y Ábalos están en una habitación a oscuras, a la espera del resultado andaluz y de cómo «somatice» ERC la contestación social a la Generalitat. A oscuras, pero creen que con buenas cartas.

Estados Unidos contra Theresa May

Donald Trump es cada día más fiel a su imagen de hombre imprevisible. El lunes volvió a manifestar que está muy poco satisfecho de haber nombrado a Jay Powell presidente de la FED. Que el jefe de un ejecutivo ataque a la máxima autoridad monetaria de su país es excepcional. Y en principio suicida.

Pero el presidente americano no se ha quedado aquí. También ha atacado a la primera ministra británica, que ha logrado un pacto para un Brexit blando con Bruselas que ha generado grandes críticas en Gran Bretaña, que es muy posible que no tenga la aprobación del parlamento el próximo día 11, lo que abriría un panorama muy incierto, y que un editorial del Financial Times considera que merece un apoyo condicionado porque, aunque insatisfactorio, quizás (repite lo de quizás) es la solución menos mala y menos desestabilizadora tras los resultados del referéndum.

Lo cierto que May lo tiene muy complicado porque el pacto enfurece a gran parte de los partidarios del Brexit y tampoco satisface a los europeístas. Y esta semana no ha sido mala para la primera ministra. Los servicios económicos del gobierno han certificado que pese a que el pacto logrado es mucho mejor que una salida sin acuerdo, la economía británica perderá 3,9 puntos de PIB en cinco años en comparación con lo que pasaría si continuara en la UE. Y el escenario del Banco de Inglaterra es todavía peor.

Sólo faltaba que Trump saliera diciendo que tras el acuerdo con la UE Gran Bretaña no podría firmar acuerdos comerciales propios -una de las grandes promesas del Brexit- con Estados Unidos ni con otros países porque durante un periodo de tiempo -que podría llegar a ser indefinido por el problema de la frontera entre las dos Irlandas- quedaría fuera de la UE pero dentro de la unión aduanera.

Trump tiene bastante razón. El Brexit de May no es un Brexit blando sino casi un no Brexit. Pero es extraño que un presidente americano ataque a la gobernante de su gran aliado. Los motivos son dos. Uno es que Trump desea el debilitamiento -o incluso la explosión- de la unión económica europea que cree que perjudica a Estados Unidos. El segundo es que los líderes del Brexit -el ultranacionalista Farage y el exalcalde de Londres y exministro de Exteriores Boris Johnson- son aliados político-ideológicos.

Farage, el primer político al que Trump recibió tras su victoria electoral, parece que tuvo bastante que ver con la interferencia rusa a en la campaña del referéndum del Brexit. Y de Boris Johnson ha llegado a decir -en lo que ya fue un claro desprecio a Theresa May- que sería un magnífico primer ministro.

Todo bastante coherente con los tejemanejes de Steve Bannon, su antiguo consejero, a favor de partidos populistas y nacionalistas en las elecciones europeas de mayo. Indudable, Trump es un peligroso fenómeno disruptivo en la difícil realidad europea.

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