El puente sirve para huir o para volver sobre ti. En los usos celtíberos el puente es un invento del funcionariado madrileño. Cuando Madrid hace puente toda España viste de pontifical con la bendición del Telediario. Recuerdo de mis tiempos de reportero cómo odiaba las operaciones retorno. Un día, en vez de situarme, obedientemente, en la A-3 y contar las cuitas de los ciudadanos de Madrid en el atasco, subí hacia Sagunt y conté los problemas de catalanes, aragoneses, vascos y franceses, que también tienen casa a la que regresar. No se atrevieron a tumbar la pieza pero fui visto como un pingüino en el ascensor.
Este último puente fue de sendas de pequeño recorrido y de comida familiar con una cassola d'arròs al forn a cargo de mi cuñada Macu (yo me guardo la morcilla para el final, ¡oh, dioses!). Antes, una excusión entre el pantano de Loriguilla y Chulilla y una ascensión al acueducto romano de Peña Cortada desde Calles. Ese acueducto es una joya muy poco conocida y si no me desmiente algún experto, la mayor estructura romana en el PV después del Teatro de Sagunt, con sus canales, galerías, ventanas excavadas en la pura roca y una peña abierta de arriba a abajo. Una señora no se atreve a cruzar:
-Venga, doña, que es mejor que Calatrava.
-Sí, aguantó dos mil años, pero igual no aguanta un minuto más.
Caminar entre los cañones de Turia es fabuloso, aunque ese día había más personal que en la plaza de San Marcos de Venecia. Familias, perros, niños y guardas forestales, muy necesarios pues hay puentes colgantes en donde la chavalería salta y se agita y apresa el móvil mejor que su propia vida. Un podenco le tiene miedo al puente y el dueño tiene que tomarlo en brazos como a un bebé. Un retaco que no debe de tener más de tres años les dice a sus padres: «No he traído el mapa porque no se me dan muy bien».
Aparcar en Chulilla es una pretensión tan descabellada como encontrar un buen sitio para la mascletà a las dos menos cinco. Junto al embalse de Loriguilla, unos guiris hacen yoga al sol.
