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A vuelapluma

Alfons Garcia

Soy un buenista progre

Soy un buenista progre. Como usted, señor Abascal, también me han brotado los deseos de venganza después de la violación y el asesinato, con todo ensañamiento, de Laura Luelmo, pero dar por bueno a partir de este caso que la reinserción de un condenado por homicidio es imposible y que hay que abrazar la cadena perpetua sería asumir la derrota como sociedad. Demasiada renuncia, por mucho que usted diga que es «buenismo progre» pensar que asesinos como este merece la posibilidad de la reinserción.

Muchas cosas han fallado, pero los que no son noticia son todos aquellos condenados a los que la cárcel ha servido como instrumento para cambiar sus vidas y volver a la sociedad. Sé que a usted, señor Abascal, no le preocupan demasiado los valores de la Ilustración, pero entre una cárcel solo como castigo y otra capaz de abrir la puerta a segundas vidas, me quedo con esta, porque contribuye a mejorarnos como colectivo.

La criminalidad es baja en España, pero el dato no sirve para esconder que el sistema ha fallado en este caso. Habrá que hacer mejoras en la vigilancia de aquellos reos que acaban su pena y los informes dicen que son peligrosos, pero no convertir por sistema las prisiones en un depósito de personas sin futuro. La venganza no nos adecenta como sociedad, me parece, señor Abascal; la redención, aunque sea como posibilidad, sí. Llámelo buenismo, esa forma de insulto que se extiende en estos tiempos tan turbios. En algún momento se le llamó humanismo, incluso cristiano, pero parece que ese concepto se ha evaporado hoy. ¡Vaya con estos tiempos!

La tragedia de Huelva ha coincidido con la noticia de que una funcionaria de prisiones en prácticas ha estado sola atendiendo a 120 presos en la cárcel de Picassent. Noam Chomsky, ese viejo cascarrabias que tanto molesta al malote de Donald Trump, dice que la mejor manera de justificar la privatización de un servicio público es dejar de invertir y que así funcione fatal. En las prisiones no se trata de externalizar (al menos, de momento), pero sí del tipo de sistema penitenciario que queremos.

Humillación y rendición son los calificativos, seños Abascal, que otros dirigentes de la derecha supuestamente menos extrema que la suya han dedicado a la reunión de Pedro Sánchez con Quim Torra. Buena parte de la prensa de Madrid lo ha visto así también. Supongo que la búsqueda de una solución dialogada es otra forma de buenismo desde esta perspectiva. Ciertamente, no garantiza ningún éxito, pero lo contrario, la imposición por la fuerza de la legalidad constitucional, tampoco, y sí asegura, en cambio, división, fractura y consecuencias peligrosas.

Al menos, la líder del PP valenciano, Isabel Bonig, que nunca hubiera pasado por buenista, iluminó ayer la política al defender la concordia entre adversarios y la capacidad de escucharse unos a otros sin despreciarse. Que sea algo más que espíritu navideño. Ojalá.

Debería hablar de la reforma del Estatut d'Autonomia, eso que a usted, señor Abascal, como español de verdad, tan poco le gusta, pero después de tantos años, casi ocho, de demora a uno se le van las ganas. Conviene celebrar el paso, aunque sea formal y pequeño, para luchar contra los agravios a la C. Valenciana, y esperar a ver los resultados (si los hay) y si los gobernantes hacen uso de la cláusula que teóricamente blinda las inversiones o la convierten en un brindis al sol. Hubiera estado bien la unanimidad, pero ya sabemos que en Ciudadanos manda el cálculo electoral de Albert Rivera, por mucha elocuencia parlamentaria que ponga Toni Cantó. Conviene aplaudir (de nuevo) la actitud del PP al final de este largo proceso, pero no olvidar que aparcó también la reforma durante años y luego firmó hasta casi 50 aplazamientos de su tramitación. Eran los tiempos duros de la crisis, cuando ya se hablaba de si sobraban parlamentos autonómicos. No sé si le suena, señor Abascal.

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