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Tierra de nadie

Cuiden el tono

Los hablamos a gritos. En España, digo, nos hablamos a gritos. Hasta hace poco teníamos que bajar el volumen de la tele cuando llegaban los anuncios. Ahora hay que bajarlo cuando empieza la información parlamentaria. Llegará un momento en el que ni nos daremos cuenta y estarán todos los televisores del país lanzando alaridos. En los bares, cuando llevas un rato, te acostumbras al ruido de la cafetera, a las voces de los parroquianos, a los sonidos de la tragaperras. Pero un país no es un bar, no debería serlo. Y en eso lo estamos convirtiendo, en una taberna de estación de autobuses en la que el alboroto moral imposibilita del todo el ejercicio del pensamiento racional. Llegaremos a las urnas zumbados y meteremos la papeleta que no es. Tal vez se trata de eso, de aturdir al contribuyente para que se abstenga o para que vote a tontas y a locas en consonancia con los mensajes recibidos. Necesitaríamos un espacio de silencio semejante al del vagón ese de los trenes del AVE, donde los viajeros llevan el móvil en modo vibración.

Desde aquí solicitamos humildemente a nuestros líderes que hablen en voz baja. Y hablar en voz baja no consiste solo en utilizar menos decibelios vocales, sino también menos decibelios mentales. Lo que no significa pensar menos, sino pensar mejor. «No vendo voz, vendo estilo», decía Sinatra de sí mismo. Sería fantástico que empezáramos a vender estilo en lugar de voz. Ahora bien, observa uno a los portavoces y ayudantes de cámara, a los presidentes y vicepresidentes, a los secretarios generales y a la élite política en general, y desconfía de que sean capaces de echar mano de la sutileza verbal, que lleva su esfuerzo, pudiendo escupir al adversario, para lo que no hace falta otra cosa que acumular saliva y mala leche. La saliva viene de serie. En cuanto a la mala leche, tenemos más reservas que bolsas de petróleo hay en el subsuelo de Venezuela, con perdón.

Empiezo a identificarme con los que se dirigen a mí como si aún no hubiera perdido los tímpanos. Quizá solo me digan disparates, pero prefiero un disparate susurrado a una verdad vociferada. A esto hemos llegado: a exigir solo un poco de mesura o educación a los dirigentes de la patria. No se preocupen ya por el talento, que lo damos por perdido, pero cuiden el tono. Gracias.

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