¿Cuántas vidas vivimos en una vida? ¿En cuantas partes podríamos diseccionar nuestra existencia? ¿En una sola? ¿En tres: niñez, adultez y viejez? ¿En cinco, en diez... en mil? La duda me asalta -y me gusta recrearme en ello, lo confieso- cada vez que transito por algún lugar y me invade de repente el recuerdo de aquel otro instante en el que estuve allí, en otra época, con otra gente... Y pienso ¿en serio era yo?, ¿cómo era entonces?, ¿hasta donde había vivido?, ¿qué me faltaba por vivir?... A veces, confieso también que en este vaivén mental respiro aliviada y pienso ‘menos mal que pasó todo’ o me pregunto cómo me pude llevar hasta ese sitio, en aquel momento, a vivir esa experiencia y con esas personas y no me reconozco. Otras, siento la punzada del dolor al recordar precisamente a gente a la que nunca volveré a ver aunque quisiera y echo de menos esa parte de mi vida que compartí con ellos. Mirar desde el futuro tiene ventaja, lo sé, porque sabes lo que ocurrirá después de ese recuerdo, cómo irá todo y con un poco de suerte mejor. Lo que desconocemos es como será el futuro. Pero bueno, nuestro yo del futuro sí lo sabe. Solo hace falta llegar hasta él. ¡Ánimo!
