Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Por cuenta propia

Sí sabe y sí contesta

Según el CIS, casi una cuarta parte de la población española admite que con tantas convocatorias de elecciones no es fácil recordar qué votó en las últimas. Esos mismos electores tampoco estarán en la mejor disposición de pasar cuentas sobre lo que su partido les prometió a cambio de su voto, así que puede suceder que vuelvan a concederles un cheque en blanco. El mismo dato viene a decirnos que hay una cuarta parte de españoles (sin duda son más) sin una posición ideológica fija, porque si la tuvieran, no habría ningún problema en acordarse de a quiénes votan. Si los políticos pueden cambiar de siglas a medio recorrido o si al cabo de unos años descubren que les sienta mejor otra chaqueta, es lícito que también lo pueda hacer el votante; incluso hay quienes lo consideran una señal de salud democrática. Sin embargo, que un 20% de ciudadanos olviden qué motivos les llevaron a respaldar un programa electoral es sinónimo de una memoria crítica escasa, o bien es el producto de la sensación de inutilidad que estos procesos generan en buena parte de los votantes.

En nuestro país una de cada tres personas no considera que a través del voto pueda influir en las decisiones que toman los partidos una vez que están en el poder. Es una proporción suficiente para entender el elevado nivel de abstención, a pesar de que no la justifica en una sociedad a la que, paradójicamente, le fascina defender sus posturas en el entorno cibernético, en la radio, en la prensa, en los espacios tradicionalmente reservados al público para conocer su criterio y tratar de darle voz. Sabemos quejarnos, dolernos por aquello que no funciona, que nos estorba. Buscamos esos foros para pedir la palabra, para tratar de intervenir en lo que desde nuestro punto de vista no marcha como debería, para exigir soluciones. Pero aunque todos estos medios funcionan bien como revulsivo de la opinión pública, nos sigue pareciendo que la calle anda por una acera distinta a la de los despachos. No hay trasvase de esta inmensa riada de pareceres al corazón del sistema electoral.

No basta con expresar indignación en la calle, en los bares, en la peluquería o el supermercado, en las sobremesas de paella de domingo, en las redes sociales. Tanta creatividad opinativa revela que la gente tiene muchas ganas de que se la tenga en cuenta y no va a ser suficiente con abrirse las carnes en público ante la última estulticia del político sin complejos de turno. Las próximas generales vendrán precedidas de un segundo 8-M en favor de las mujeres y de una sociedad igualitaria, una marcha que previsiblemente será de nuevo multitudinaria. Y ese fervor ha de llevar a la gente a pronunciarse en las urnas, porque es una vía para intentar que el mensaje produzca consecuencias. Debemos convertirnos en el votante que sí sabe y sí contesta, porque, con o sin nosotros, habrá un vencedor.

Por eso hay que mirar más allá de los programas, proyectos y promesas electorales, escarbar en la filosofía que subyace en esos compromisos. Y decidir sabiendo que al votar no acaba sino que empieza un recorrido que nos toca, como electores, fiscalizar. Solo así se puede bajar a la política y a los políticos del olimpo y arrastrarlos al ruedo de nuestro mundo real. El que no sabe ni contesta es siempre parte de un coto abonado al falso interés de la disputa del voto por parte de los partidos, que luego confían en que el indefinido vuelva a su redil a dormir de nuevo el sueño de los indecisos.

Compartir el artículo

stats