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A vuelapluma

Un día para el optimismo

Llegar a casa tarde del trabajo, poner la tele y encontrarte Historias de Filadelfia me parece la mejor manera de celebrar en soledad el 8M. El personaje de Katherine Hepburn es uno de los grandes homenajes del cine a la libertad femenina, situación entonces restringida a la «clase privilegiada». Estamos hablando de 1940. La libertad en blanco y negro de la Hepburn es uno de esos privilegios que deleita ver cómo se disfrutan. Algo así le dice James Stewart, el periodista más escéptico que idealista que tan buen juego da siempre en el cine. Algo así hemos ganado hoy, casi ochenta años después. La posibilidad de la libertad ya no es exclusiva de la clase privilegiada.

Está claro que Historias de Filadelfia es cine para olvidarse de los platos sucios, cine que te reconcilia con la vida. Incluso te deja verla con la puerta abierta al optimismo. Si el muro de Berlín cayó, si hubo acuerdo de paz en Irlanda del Norte, si ETA dejó de matar, si las FARC firmaron la paz..., seguro que el terrorismo machista pasará. Incluso habrá salida (algún día) para Cataluña.

Pero conviene ponerse manos a la obra cada día. Después de la eclosión de 2018, ellos lo volvieron a demostrar ayer, en otra jornada de multitudes y una huelga de amplio seguimiento. La sociedad no puede responder con sordera a este grito colectivo. La respuesta ha de ser personal, con pequeños gestos cotidianos, pero también de las empresas y las instituciones. El primer gesto es respetar la voluntad del colectivo de tener el protagonismo exclusivo en esta jornada. Es su movilización, que nos implica a todos, pero a la que ellas quieren poner rostro.

De momento, a pesar de la fuerza de la protesta de 2018, estamos peor que entonces. Es una paradoja, pero no es casual: tiene la explicación del miedo. Hace un año Vox seguía en la caverna y la derecha no había dado el peligroso paso de desempolvar su ideario más ultra para contener a los extremistas sin complejos. Hace un año el freno a los derechos de la mujer no estaba en el mercado político. Hace un año no eran estrellas políticas quienes cuestionan la propia esencia de la violencia machista (impersonalizada como doméstica) y hacen gala de antifeminismo.

La energía del movimiento demostrada por segundo año ayer evidencia que de nuevo la sociedad va por delante de la mayoría de sus políticos. No es diferente de otras ocasiones. Pasó con la caída del muro, cuando el grito de libertad de la Europa comunista venía de mucho antes, desde la primavera de veinte años antes, o con el fin de ETA, donde el ansia de paz se fue abriendo espacio en las calles poco a poco hasta convertirse en un clamor imposible de no escuchar.

Los grandes cambios no se consiguen de un día para otro. No hay decretos que modifiquen mentalidades, aunque ayuden a construir el esqueleto de una nueva sociedad. Alterar las líneas de pensamiento que han dibujado una sociedad llevará tiempo, pero el camino no tiene vía de retorno. Los movimientos actuales de resistencia pierden importancia si los contemplamos desde esa dinámica de los grandes cambios sociales. Son solo coletazos de un viejo orden. Hoy tengo el día optimista, que no hay que confundir con conformista. A veces hay que gritar que no cabe un paso atrás antes de coger fuerza para seguir el camino. Ese fue el mensaje más valioso de ayer. La demostración de que, aunque quienes se resisten ganen espacios de representación, sean los más sexis políticamente y se hagan oír, la sociedad ha dicho basta ya al machismo, a un mundo pensado por hombres y donde ellos (nosotros) han (hemos) sido la verdadera clase privilegiada.

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