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Stop al pareu

En un pueblo ilerdense, es decir, heredero de los iberos, el alcalde, suponemos que con un amplio apoyo popular, ha decidido que la señal Stop se sustituya por la de Pareu. Ya pueden imaginar al revuelo mediático que ha causado tamaña decisión. Seguramente la medida será recurrida judicialmente en base a criterios aparecidos en leyes escritas, tan fundamentales. Algunos afirman que las responsabilidades civiles y penales que se deriven de un hipotético accidente por aquello de la incomprensibilidad de la palabra Pareu, que se asemeja más al chino que al castellano, recaerán inexorablemente en el alcalde que ha firmado la resolución. Que se prepare el hombre. Se ha atrevido a desafiar el Código de Circulación, el Código Penal y hasta puede que la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El hombre se enfrenta a las leyes no escritas de la globalización que, bien mirado, pudieron comenzar por el someternos al Stop y al Parking. Ahora ya vamos por más de un tercio del diccionario de la lengua española. En unos años en España se hablará más inglés que catalán sin que los patriotas españoles, tan defensores de las esencias del viejo liberalismo, se rasguen las vestiduras.

Si fueran patriotas de verdad entenderían qué es España. Y si entendieran qué es España sabrían que Pareu es una palabra española, por catalana, y Stop es palabra inglesa. Reclaman Gibraltar y se rasgan las vestiduras porque un alcalde de un pueblo español escribe una palabra en una de las lenguas españolas. La quieren retirar. O sea, quieren retirar a España de una parte de España. Quieren retirar la nación sentimental española retirando el derecho a sentirse nación de una parte de España.

Gran parte de los problemas que tenemos en este país, rico en la diversidad, derivan de la primera Ley de Instrucción Pública, de 1857, la denominada Ley Moyano que reguló todo lo concerniente a las escuelas españolas. En el afán del Estado de meterse donde no le llaman reguló nada más y nada menos que el maestro se empeñara en hablar en muchas partes de España de manera diferente a como hablaban sus alumnos. Y el niño tropezaba en la pizarra con el dibujo de una taula o una cadira que la dignidad del magister y el poder del Estado se empeñaba en nombrar como mesa o silla. Era la manera de señalar como superior y digna a una lengua materna, el castellano, sobre otra lengua materna, que pudo ser el catalán, el vasco, el gallego o el valenciano. Curiosamente fueron los diputados carlistas, los «fachas» de entonces, azuzados por las voces eclesiales, que suelen ser entendidas en todo lo relacionado con el alma y con los sentimientos, quienes alzaran sus voces para exigir que las lenguas regionales también se enseñaran en las escuelas. Especialmente beligerante fue Vázquez de Mella que a pesar de su naturaleza asturiana, o precisamente por ello, alzó su voz en las Cortes a principios del siglo XX. Su condición de tradicionalista y católico le condenó al ostracismo y a la desafección. Su nombre desapareció del callejero sin que ningún defensor de la España real y diversa saliera en su defensa. Vázquez Mella murió en 1928. Quiero decir con ello que no era franquista. El Estado carlista con capital en Estella, en el proceso de la tercera guerra civil del siglo XIX, lo primero que hacía en los pueblos bajo su control era implantar la enseñanza del euskera en las escuelas, sin necesidad, sea dicho, de perseguir al castellano. Las primera letras, en la lengua materna, siempre. Un respeto a la sacralidad de las mamas maternas.

Así es que, mi más sincera felicitación a ese alcalde que no conozco pero sustituye una palabra inglesa por una española. Y mi tristeza por comprobar el nivel de analfabetismo, infinitamente superior en España que en la América española, donde al Stop dicen Pare, y al Parking, Parqueadero. Y a los badenes para ralentizar la velocidad, lomadas.

Para patriotas españoles, en América. Y aunque quizás él no lo sepa, para patriota español, el alcalde del pueblo ilerdense.

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