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Política de escaparate

La campaña de las elecciones del próximo domingo es una campaña para olvidar. "Una campaña al garete", como la definía con precisión Óscar R. Buznego en el artículo publicado en este periódico. Sería para olvidar, si no fuera porque pasará a la historia como la más superficial. No se recuerda, desde la reinstauración de la democracia, un momento en el que los políticos demostraran una mayor bisoñez y frivolidad. Aunque los debates televisados -dos, nada menos y en días seguidos- hayan centrado la atención, llegaremos al 28 de abril con menos debate que nunca.

Ha sido una de cara a la galería, para el escaparate, muy teatral y con mucho postureo. No ha habido propuestas de calado, pero sí una firme toma de posiciones. En negativo, a la contra. Para que se vayan los que están, para que no vuelvan los que estuvieron o para que no lleguen los que quieren estar. No hay nada más allá de contra quien se está,

Podemos se conforma con ser necesario para el PSOE. El PSOE se deja llevar por la corriente favorable, presentándose como el mal menor. El PP se arriesga a desaparecer por parecerse demasiado a quien le van a robar los votos. Ciudadanos ha cometido un error histórico al negarse de partida a pactar con el PSOE, en lo que hubiera sido el pacto más natural. Y Vox, como partido del descontento que es, llenará el zurrón a costa de los errores ajenos.

Una vez disuelto el centro como un azucarillo en la boca de un caballo, nos quedan dos frentes. Esas son todas las opciones. Izquierda o derecha. No hay más dónde elegir, no hay matices, no hay sutilezas, no hay grises entre el rojo y el azul. Volvemos al bipartidismo, pero de dos bloques, el trifásico de la derecha contra el binomio de la izquierda. Una vez más -y de eso sí que tenemos experiencia- media España contra la otra media. No hace falta ser un experto demoscópico para saber que estas elecciones se van a decidir por unos pocos votos y unos pocos escaños. El que sobrepase ligeramente la mitad podrá gobernar contra la otra mitad.

Escribía la pasada semana la analista Elisa de la Nuez que "se ha vuelto a poner de moda la dialéctica amigos/enemigos, tan querida por los pensadores totalitarios". No hay más que oír a los líderes. Inevitablemente, estas elecciones recuerdan a los referéndums. O sí o no; no hay otra. Entramos en el mundo sin alternativas. El ex ministro socialista César Antonio de Molina recordaba en un reciente artículo una escalofriante cita de Bauman: "El fantasma que recorre Europa es el de la ausencia de alternativas". La sentencia del filósofo polaco-británico corresponde a su último libro Maldad líquida (Planeta, 2019), en el que conversa sobre el mal que asola nuestro tiempo con el teórico lituano Leonidas Donskins.

En España ya tenemos más razones para sentirnos europeos, incluso globales. Estamos unidos al resto del mundo por el mismo mal: el populismo. No porque haya partidos esencialmente populistas, que los hay. Sino porque los partidos principales -absolutamente todos- que concurren a las elecciones del domingo están infectados de populismo. El gran problema es que el "cordón sanitario" se puede aplicar a un determinado miembro, pero de nada sirve cuando la metástasis se ha extendido a todo el cuerpo. El corresponsal en París Iñaki Gil encontraba la palabra que define con más precisión el mal: emocracia, el gobierno de las emociones.

¿Qué se recordará de esta campaña? ¿La propuesta de una ley que permita portar armas? ¿El debate sobre los derechos de las mascotas? ¿Los escraches? ¿El holograma del candidato? ¿Los periodistas que perdieron su imparcialidad? El tiempo lo dirá. Esperemos, por el bien de todos, que se recuerde como la campaña de las elecciones de las que salió el mejor gobierno de la democracia.

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