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Al margen

Isabel Olmos

El paraíso perdido del iaio Pepe

Mi abuelo Pepe lo tenía superclaro: nunca en su casa se servía limón si el plato principal era paella, fideuà o arroz de cualquier tipo. Siempre decía que «la llima s'utilitza quan la paella no és bona; si ho és, és un insult per a qui ha cuinat». Mi abuelo Pepe tenía eso superclaro y muchas cosas más. De carácter fuerte y tajante, había nacido en 1926 en la antigua calle de la Alegría del Grau de Castelló (ahora Avinguda de Sant Pere), un lugar del que -pese al azote de las bombas de guerra civil- siempre habló como quien habla del paraíso perdido. Hasta le cambiaba el acento. Recordaba una vieja tienda de ultramarinos donde rellenaban con abundante «besugo» el pequeño trozo de pan que él, de corta edad, llevaba ya abierto desde casa. Y también recordaba, ya sin sonrisa, como corrían su madre y sus hermanos despavoridos hasta el refugio, horrorizados por las sirenas, mientras el más pequeño gritaba llorando: «a mi qui m'agafa!!!!». Y es que apenas empezaba a caminar. Su padre, mi bisabuelo, que era carabinero en el puesto de Castelló fue depurado inmediatamente después de la guerra, tras la apertura del correspondiente expediente por desafecto al régimen. Y como son las cosas, nacido en la extremeña Aldeanueva del Camino bien lejos del mar, tuvo que reciclarse a pescador, como lo era el padre de mi bisabuela, un pillo que había seducido a su mujer vendiéndole el cuento de que era capitán de barco cuando solo era un humilde y sencillo pescador.

Desde hace un tiempo, sigo con mucho interés las numerosas iniciativas de memoria histórica que están brotando a raudales en la capital de la Plana. No les engañaré cuando les digo que, en ocasiones, me detengo a mirar las imágenes con ese anhelo infantil de descubrir en algunas de ellas a mi abuelo siendo niño. Es bonito imaginarlo porque encontrarle, nunca le encuentro. Al menos a simple vista porque, como decía el escritor Antoine de Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y no habrá paella, con o sin limón, que no me lleve hasta esa calle de alegre nombre en el paraíso perdido junto al mar y me acuerde de él.

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