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Julio Monreal

Entre el qué y el quién

En estos días de negociaciones para la formación del nuevo gobierno autonómico valenciano, previos al nacimiento del Pacte del Montgó (antes Botànic), los líderes de los partidos políticos fijan posturas en torno a dos cuestiones principales: qué hay que hacer, cuáles son las prioridades para la nueva legislatura; y el quién ha de llevar los distintos timones de las áreas de gestión en función del reparto de poder que establezcan finalmente los tres partidos de izquierdas que disponen de la mayoría absoluta en las Corts Valencianes.

Y aunque todos se desviven en público por el qué, la batalla verdadera, unas veces ruidosa y otras soterrada, está en el quién.

Los socialistas han ganado las elecciones autonómicas. Son la primera fuerza después de una travesía del desierto de casi tres décadas y los únicos de la izquierda que han visto incrementada su representación. Entre 2015 y 2019, con 23 de los 99 parlamentarios de la Cámara, por 19 de Compromís y 13 de Podem, Ximo Puig ha presidido un gobierno de doble paridad, política y de género, con Mónica Oltra como vicepresidenta y portavoz, y con cuatro consellers de cada partido más el apoyo externo de los morados.

Pero las urnas han dictaminado que la relación de fuerzas ya no es 23-19-13, sino 27-17-8, y los del puño y la rosa quieren trasladar esa nueva ecuación a los escaños de las Corts. Por eso ya no quieren que el pacto que ha de llegar reciba el nombre de Botànic II.

La entrada de Unidas Podemos en el Consell no es problema. Pese a que el hipermanoseado IVEX35 saca todos los dias a pasear los fantasmas del hundimiento de la Bolsa, el incremento del paro y otras muchas calamidades públicas y privadas si los de Pablo Iglesias entran en los despachos enmoquetados, los morados ya no dan miedo. Manuela Carmena ha gobernado Madrid cuatro años y la ciudad continúa en pie, igual que la Barcelona de Ada Colau. Castilla-La Mancha ha tenido un vicepresidente de Podemos y en sus tierras se sigue produciendo vino. Y así muchos más casos. El nuevo líder autonómico valenciano, el profesor Rubén Martínez Dalmau, tiene claro que ahora sí quieren entrar en el Consell, y aspiran a gestionar dos conselleries, bocado aparentemente excesivo para su menguante representación. Serán dos carteras o una y un poco de otra, sea secretaría autonómica o dirección general. El qué les importa más que el quién, en un marco en el que algunos referentes de la formación han abandonado la primera línea porque el movimiento ha dejado de ser lo que era en sólo cinco años de vida institucional.

Pero el lío no está en Podemos sino en Compromís. El adelanto electoral decidido por Puig ha sido señalado por los nacionalistas como el principal motivo del revés que las urnas les han deparado, y ello ha debilitado mucho la relación con los socialistas. Mónica Oltra y su equipo, que tanto antes como después de las votaciones defienden que primero hay que decidir qué se hace y después quién lo lleva adelante, están más centrados de momento en las caras del Govern que en el programa de actuación. Un ejemplo muy ilustrativo es lo que está pasando con el todavía presidente de las Corts, Enric Morera. El hombre que ha llevado la bandera de Unitat del Poble Valencià y luego Bloc Nacionalista Valencià desde la irrelevancia de 1983 hasta el reconocimiento popular en 2015 ve ahora arrastrado injustamente su nombre por las dos fuerzas dominantes hoy en Compromís, la de la líder de Iniciativa, Mónica Oltra, y la de la coordinadora del Bloc, Àgueda Micó. Las relaciones entre las dos referencias de la coalición naranja no atraviesan su mejor momento. Se dice que ni se dirigen la palabra. Pero parece que en una cosa sí están de acuerdo: en que Morera no continúe en la Presidencia de las Corts cuatro años más. Y el bloqueo interno que se vive en la coalición nacionalista por este asunto ha abierto las puertas a que el puesto de segunda autoridad de la Comunitat Valenciana, después del presidente, acabe en manos de Podemos. Es como si estuvieran dispuestos a sacarse los dos ojos con tal de que el (o la) rival pierda uno de ellos.

La tensión en Compromís por el leve retroceso electoral en las autonómicas del 28 de abril se está trasladando a las relaciones con los socios del Botànic, y muy especialmente con los socialistas. El objetivo de la coalición es mantener, e incluso reforzar, su presencia en el Consell, con más poder para Oltra, más carteras y mayoría en la mesa del Govern entre los naranjas y los morados para poder someter a votación cuestiones especialmente significativas o que susciten conflicto. Los socialistas, en cambio aspiran a ser ellos quienes tengan mayor peso en el Ejecutivo e incluso intentarán rescatar para sí competencias que consideran que no han estado gestionadas adecuadamente por los nacionalistas estos cuatro años, como industria, comercio y medio ambiente, entre otras, permanentes focos de conflicto en las relaciones de la Generalitat con el sector privado.

La incipiente pelea augura tensión. Oltra y Compromís van a ir al choque en cada cita, y el equipo de Ximo Puig pide a su líder que no caiga en la tentación de repetir la gran dosis de paciencia de la que ha hecho gala durante cuatro años, pese a los evidentes réditos que le ha proporcionado ese comportamiento.

Hace cuatro años por estas fechas, los socialistas amagaron con pactar con Ciudadanos un Govern que Compromís les ponía muy difícil, y esa interpretación abrió los candados que impedían el Pacte del Botànic. En esta ocasión, Puig no tiene el comodín de los de Albert Rivera. Este ha decidido pelear por el liderazgo de la oposición conservadora a escala española y eso es incompatible con un pacto con la izquierda. El PSPV-PSOE, Compromís y Podemos no tienen más remedio que entenderse, ya sea en el qué o en el quién. Todos dicen que con cuatro años no han tenido tiempo suficiente para desarrollar su proyecto, así que a trabajar. El tiempo apremia y la faena espera.

Una oportunidad para Podemos con la vivienda

El cartel que anuncia la construcción de ocho viviendas de promoción pública, de la Generalitat, ya ha perdido todo su color y apenas se puede leer después de más de una década de infructuosa exposición al sol. La fachada del edificio está protegida, y se sujeta con vigas de hierro. Tras ella se abre un vacío inmenso, espacial y político. Está en la Plaza del Árbol de València y sirve como monumento a la ineficacia en la política de vivienda de la Comunitat Valenciana, tanto del gobierno del PP como del Botànic. Las instituciones han dejado pasar incomprensiblemente la oportunidad del exceso de pisos en el mercado y el rastrillo de la Sareb para hacerse con un parque público de vivienda social. Y tampoco han promovido obra nueva pese a las promesas diarias en esa dirección. Podemos quiere gestionar ese campo, exhibe cierta sensibilidad. ¿Y si lo hacen bien? Es evidente lo mal que lo han hecho todos hasta ahora. ¿Por qué no?

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