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Megalópolis

Robert D. Kaplan es una especie de agente de inteligencia con rango culto y liberal, aunque en realidad se presenta como analista de política mundial y realiza informes por encargo para entidades y fundaciones muy próximas a la administración americana. Sus libros se difunden bien en España y son muy interesantes. En el último de ellos, El retorno del mundo de Marco Polo, vaticina un futuro de crisis generalizada para los Estados nacionales en favor de las grandes ciudades y las regiones, un futuro más concentrado, caótico y más inseguro pero a la vez más versátil y de obligada creatividad.

Aunque dicha tendencia ya es evidente en muchos territorios de África y Asia, con un incremento cada vez más acusado de Estados fallidos -Libia, Siria, Irak, Yemen, Sudán€-, Europa no escapa a la misma -recordemos la desmembración yugoslava-, y España desde luego que tampoco. La reaparición furibunda del independentismo catalán se explicaría, aunque solo sea en parte, por mor de este contexto mundial de pérdida de solidez de los Estados que se formularon como firmes columnas que sostenían el orden planetario desde la paz de Westfalia y su continuación en la paz de Versalles.

La densificación urbana se multiplica en esa vía. A pesar de la mejoría de los transportes, de la interconexión de las redes de infraestructuras o de la comunicación digital, no se está produciendo una diseminación demográfica a lo largo del territorio. Todo lo contrario. Los servicios de cultura y ocio, la necesidad de la interacción social, incluida la que genera los mejores intercambios de capitales y negocios, siguen atrayendo mucha gente a las ciudades, cuya tendencia a la megalópolis es imparable. El resto se desertiza o se dedica a segundas residencias de veraneo o a explotaciones agrarias mecanizadas que no necesitan muchos operarios.

Así es en nuestro caso con la capital, Madrid, la que fuera un poblachón castellano en mitad de la nada hasta mediados del 1500, ha fructificado ya en una gigantesca conurbación que se acerca a los 7 millones de habitantes. Madrid centraliza además las grandes instituciones políticas, económicas y culturales del Estado así como la red de comunicaciones. Cuenta con 7 universidades públicas en su área metropolitana y con otra veintena más de carácter privado o de extensión de centros internacionales; con una treintena de museos, diez de los cuales son de carácter estatal, entre los que se incluye el Sorolla y el Arqueológico Nacional cuya pieza maestra es la Dama de Elche€ Sostiene a 5 equipos de fútbol en primera división -2 más en segunda-, así como a otros 3 en la liga ACB de baloncesto€

Madrid, también, acumula el centro financiero del país tras la huida de las grandes empresas catalanas de Barcelona, es la receptora de las élites económicas de Latinoamérica, sede de la práctica totalidad de las sociedades cotizadas y de las delegaciones de las multinacionales en el país -incluyendo, inexplicablemente, Ford España-, mientras se expande su cinturón industrial que rebasa con creces la producción del área metropolitana de Barcelona (4,9 millones de habitantes), del gran Bilbao (1 millón) o de la cintura de València (1,7 millones). Su mercado inmobiliario parece no tener límites y siempre puede echar mano de una expansión a tiempo sobre suelo mesetario de magro valor agropecuario.

En Barcelona está ocurriendo más bien lo contrario. El tejido industrial disminuye, el área catalana cada vez recibe menos inversión extranjera y los históricos empresarios están optando por convertirse en nuevos rentistas. La ciudad vive de un intenso flujo turístico que ha invadido toda la Ciutat Vella, los barrios marítimos y el Ensanche oeste, donde ya no se puede residir. Los barceloneses han transformado buena parte de sus viviendas en apartamentos turísticos y se trasladan a otros distritos. Por si faltara algo, la menestralía independentista movilizada por la ANC ha tomado al asalto democrático la Cámara de Comercio para dedicarla a sus fines políticos y, desde ahí, prometen agitar otras instituciones como la Fira o el Puerto.

València, entre tanto, ha activado el modo stand by. Mientras sigue cayendo la media de la renta per capita de los valencianos, no sabemos cuál es nuestro destino y desconocemos el modelo de ciudad hacia el que avanzamos -o retrocedemos. En plena campaña electoral, escuchamos propuestas destinadas a las personas, y estas tienen mucho más que ver con unas elecciones generales que con el futuro de la capital valenciana como tal. Observamos tendencias, como la de la Marina rumbo a convertirse en un polo tecnológico y de emprendedores, pero no hay encaje ni con el área del Grao ni con el contiguo plan del Cabanyal que la asociación de vecinos rechaza. O contradicciones, como la de la vecina Alfafar, que protege una serie de elementos constructivos de su huerta pero liquida los campos en favor de torres de apartamentos. O el runrún sobre el futuro del campo de Mestalla, que sus socios no quieren abandonar.

Las bicicletas urbanas resultan el único tema de debate abierto pero apenas conocemos algo del futuro de la red ferroviaria metropolitana y no existe un serio y definitivo planteamiento respecto de la estrategia de Adif y Renfe en la ciudad, ni una programación turística de verdad ni siquiera un planteamiento sólido sobre la salvaguarda patrimonial y los programas de cultura y educación más allá de los festivales con destino al divertimento ocioso y juvenil. Solo el empuje privado en torno al Corredor Mediterráneo resulta profundo. Pero hablar de organizaciones comunes para la macrocomarca metropolitana, de sus necesidades conjuntas en materia industrial, viviendística o logística suena como una utopía a escasos siete días de la llamada local a las urnas. Amunt València!

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