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Butaca de patio

Cómicos rebeldes

Desde los tiempos del Siglo de Oro, los cómicos han tenido fama de libertinos e irreverentes, de bohemios y poco sujetos a las normas sociales. De rebeldes, en una palabra. Esa aureola ha marcado hasta nuestros días la profesión de actor, aunque muchos intérpretes prefieran todavía hoy ese calificativo tan romántico de cómicos. Practicantes de un oficio inestable donde los haya, al albur de funciones, series y películas que igual aparecen que se evaporan, la inseguridad invade, como una niebla que nunca despeja, el día a día de los actores. Al final de su carrera, el ya entonces más que consagrado Fernando Fernán Gómez respondía así a la pregunta de si estaba nervioso antes de un estreno: «Cree usted que soy imbécil, claro que me pongo nervioso. De lo contrario no sería responsable con mi trabajo». Más allá del glamour de las alfombras rojas o de las lujosas páginas de la prensa del corazón se esconde la realidad del esfuerzo de una profesión muy castigada por el paro, los bajos salarios o la precariedad. Además, las mieles de un muchas veces efímero triunfo suelen estar reservadas tan sólo para una minoría. Es cierto que los tiempos han cambiado, pero la vida cotidiana de muchos cómicos no se aleja mucho de aquella inolvidable compañía de la película El viaje a ninguna parte, dirigida por Fernán Gómez en 1986, y que muestra la crudeza de la profesión en la posguerra con los rostros de José Sacristán, Juan Diego o Laura del Sol, entre otros.

Ahora bien, a pesar de tratarse de un oficio individualista por definición los cómicos de éxito no suelen olvidar sus orígenes ni a sus compañeros ni los problemas de su profesión. En ocasiones el poder los castiga sin piedad por ello y baste recordar las represalias tras la denuncia contra la guerra de Irak en unos premios Goya. Unos años después, Javier Bardem, hijo y sobrino de gentes de la farándula, recibía el único Oscar otorgado a un actor español y utilizaba la tribuna de Hollywood para reivindicar a los cómicos españoles. En los últimos días otro par de magníficos intérpretes han recordado a sus maestros o a sus colegas. Así, mientras Antonio Banderas, leal a sus raíces, rendía un homenaje emocionado a Pedro Almodóvar tras recibir el premio a la mejor interpretación masculina en Cannes por su papel en Dolor y gloria, la impagable Concha Velasco se despachaba a gusto en defensa de los actores jóvenes tras recoger el Max de Honor. Siempre sincera, fiel a sus ideas y sus principios desde que liderara una huelga de actores en los años finales del franquismo, independiente hasta la médula, la antaño chica yeyé declara con firmeza a la altura de sus casi 80 años: «Creo que los actores jóvenes de ahora no se quieren pronunciar sobre política porque tienen miedo a que no los contraten. Y yo no tengo miedo a nada». Aquí está el gesto de rebeldía de una de las cómicas más admiradas de este país.

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