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Buena onda

Vislumbres de otra política europea

Nunca ha sido fácil fijar la identidad, la imagen, el estado de salud o el relato de la Unión Europea. Realidad geográfica, proyecto político, tradición compartida, repertorio de valores, la unidad europea, que empezó con la industria y ha llegado a todos los frentes de la vida de sus naciones, funcionó durante la segunda mitad del siglo XX como el sueño de una fraternidad entre enemigos inveterados y la corporeización de un Estado capaz de llevar el bienestar a la mayoría de los ciudadanos.

Imágenes positivas que seguían brillando cuando España entró en el club hace más de treinta años y que, en cierta medida, aún refulgen cuando hablamos de la supresión de las aduadas o de un programa de intercambio de universitarios como el Erasmus.

La última década, sin embargo, ha dejado averiados la casi totalidad de los ideales europeistas. Desde la irrupción, apenas combatida, de las «democracias iliberales» en Hungría y Polonia hasta el penoso espectáculo del Brexit, desde la insolidaridad y el egoísmo nacional ante los emigrantes hasta las políticas económicas diseñadas para salvar los beneficios de las grandes empresas y los bancos fuera cual fuese su «coste social», la realidad de la UE ha servido, está sirviendo, para alimentar la imagen negativa, casi apocalíptica, que enarbolan los partidos de la derecha nacionalista reaccionaria decididos a frenar en seco cualquier avance de la unión.

Lo que refleja esa imagen de la Unión Europea no tiene su origen en el exterior. No es la globalización ni la perfidia de Putin ni los delirios de Trump ni el expansionismo de Xi Jinping. Son las políticas de la propia unión las que han alimentado sus errores y siguen inyectando combustible a sus crisis. La hegemonía de una política conservadora -inscrita en el programa de la mayoría popular con el leve maquillaje de la socialdemocracia- durante más de veinte años es suficiente para explicar esa deriva del trasatlántico hacia el choque con los icebergs.

Afortunadamente, el resultado de las elecciones de la semana pasada ha entreabierto la puerta para una opción que en los próximos cuatro años podría romper el círculo vicioso del status quo y poner sobre la mesa unas nuevas políticas pilotadas por una coalición en la que haya soluciones de cuño liberal, neosocialista, verde o de una izquierda más radical.

Una alianza del presidente francés, Emmanuel Macron y el presidente en funciones del gobierno español, Pedro Sánchez, -se nos ha dicho-, podrían ser el punto de partida para resetear en los próximos años un proyecto en el que, de momento, se acumulan los problemas y las soluciones brillan por su ausencia.

Las últimas elecciones han puesto el foco en amenazas prioritarias y de una enorme entidad: el aumento de las desigualdades, el imperio de un capitalismo globalizado y avaricioso, el deterioro vertiginoso de los equilibrios del clima, la presión de las migraciones, el ascenso de los nacionalismos reaccionarios ya citados.

Gracias a la vuelta de España a la arena internacional con un brio que parece emular los buenos viejos tiempos de Felipe González no es vana la esperanza de que, de confirmarse, esas nuevas políticas de la Unión podrían tener un acento español.

Dar un vuelco en la repetitiva grisura de la política europea es posible. Parece posible hacerlo, además, saliendo por fin de esa mirada fija en la imagen de los demás -en este caso, de las agendas de Estados Unidos, Rusia y China-, usando el enorme poder de comunicación de que se dispone desde Bruselas, asumiendo las amenazas como desafíos y creando el relato de una nueva Unión Europea anclada en el siglo XXI.

Hacer políticas que lleguen a los ciudadanos y utilicen los muchos recursos del presupuesto común, -a los que se podrían sumar otros evitando duplicidades y vicios burocráticos-, para atajar problemas como la especulación de la vivienda, la obstaculización del acceso al trabajo de los jóvenes, el deterioro del clima y del medio ambiente, la pervivencia de las desigualdades de todo tipo o la incapacidad de los modelos educativos y de intervención social para transformar la diversidad en una palanca del vivir juntos mejor. Nada más y nada menos. He aquí una fórmula para que la Unión Europea encuentre, o recupere, una identidad, un relato, y, sobre todo, unas realidades con una buena dosis de aquel optimismo que hace un tiempo, ya muy lejano, se perdió.

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