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A vuelapluma

Alfons Garcia

El rey de los morados

Serà precís? Debo ir con la hormona del conformismo alterada porque la pregunta me golpea con frecuencia ante actuaciones de estos nuestros políticos. ¿Era necesario para los consellers de Podemos y Esquerra Unida evitar prometer lealtad al rey al tomar posesión de su cargo? Sabemos que no son monárquicos, como no puede serlo cualquier hijo de los valores de la Ilustración, pero es lo que hay, que es una manera de decir que es lo que la mayoría ha querido que sea, porque la monarquía va en el pack de la Constitución. No pasa nada por no prometer lealtad al rey, es verdad, pero ayuda a situar a los morados en el extremo simétricamente opuesto a los de Vox y no parece lo más oportuno. Unos y otros montan el espectáculo en estas ceremonias de liturgia democrática. El discurso morado en la tribuna parlamentaria no tiene nada que ver en cuanto a radicalidad con el que la extrema derecha ha utilizado para debutar, pero los gestos se pueden equiparar. Unos montan el cirio con crucifijos y biblias y denigrando la autonomía al aceptar el acta, otros evitan al rey. No hay mucha diferencia. La cuestión es qué ganan los cabecillas podemistas. Por convicción ideológica, por principios irrenunciables, contestará alguno.

No es mal argumento, pero me da que con el asunto de la corona estamos en bucle. Se ha convertido en una forma más de clasificar a los españoles (monárquicos o anti) sin que seamos capaces de discutir en serio sobre qué hacer. Jordi Canal acaba de publicar un libro (La monarquía en el siglo XXI, Turner) en el que define la española como «monarquía republicana» y viene a decir que nada hace prever que todo mejoraría y sería más rentable si en lugar de rey hubiera presidente republicano. Para Canal, Felipe VI tiene claro que una monarquía solo se legitima en el siglo XXI si los ciudadanos le ven un sentido práctico. Puede ser, pero al final, volviendo a los principios, la cuestión es si en el siglo XXI se puede admitir que el jefe del Estado sea elegido por un criterio tan arbitrario como la herencia de sangre. Conviene más debate y menos espectáculo.

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